Altares decorados con flores anaranjadas o guinda y elegantes calaveras con sombrero forman parte de la colorida celebración del Día de Muertos en México, que combina tradiciones indígenas y cristianas.
La conmemoración dura dos días, en los que se recibe a las almas de los muertos: el 1 de noviembre dedicado a los niños difuntos y el 2 de noviembre en honor a los adultos.
En los panteones y en las casas se prepara para los difuntos las cosas que más les gustaban en vida, manteniendo una tradición que con los años compite cada vez más con la fiesta de Halloween de disfraces y dulces.
Algunos son honrados con música, comida y tequila junto a la tumba, mientras que en los hogares se hacen altares con fotografías, papel de colores, fruta, pan de muerto -decorado con huesos- y calaveritas de chocolate o azúcar.
En museos, centros culturales, plazas o escuelas se montan altares dedicados a figuras famosas, como la actriz María Félix o el escritor Carlos Fuentes, y también hay altares para recordar a los muertos por la violencia del crimen organizado que sacude al país.
La tradición va acompañada de “calaveras”, textos burlones que juegan con el tema de la muerte y son dedicados a personas cercanas, personajes de la política o situaciones de la vida cotidiana.
En 2003 la Unesco declaró la festividad indígena del Día de Muertos en particular obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad.