En la fotografía del domingo 29 de marzo del 2015, escenificación de la crucifixión de Cristo, con la participación de un coro de mujeres del valle del Chota, en el coliseo de la comunidad. Foto: archivo EL COMERCIO
Fray Manuel de Encilla, mercedario, retornaba en 1763 de su misión ubicada en la zona de Lita, cuando aquejado por el mal de tabardillo, enfermedad muy peligrosa para su tiempo, debió pedir ayuda en la hacienda La Concepción -administrada por los jesuitas y ubicada en el valle del río Mira (Esmeraldas)– para curar su dolencia, que si no era tratada de forma oportuna causaba irremediablemente la muerte. Nótese que el religioso recoge en su informe la pronunciación original de su interlocutor.
Su arribo a la casa de hacienda coincidía con la Semana Santa a comienzos de abril del año citado. “Fui acogido con generosidad por el hermano administrador de la hacienda, quien de inmediato dispuso que uno de los peones, llamado Celestino Congo, negro fornido de unos 70 años de edad, me aplicara varios emplastos de ramas de palosanto, sábila, sumo de corontilla (cacto pequeño muy común en el valle del Chota) y compresas de corteza de molle; en igual forma me dio a tomar unos brebajes muy amargos producto de la cáscara de guarango y otras más que no recuerdo el nombre (…) a los tres días estuve mejor y con gusto me ofrecí para ayudar en las ceremonias de la Semana Mayor.
Debo reconocer que Celestino jamás se apartó de mi lado y comencé a tenerle mayor estima, máximo cuando me enteré que era el rezandero mayor de la hacienda, cuya autoridad moral y personal era muy reconocida por todos.
“Celestino me dijo que su padre había sido traído de África, vendido en Cartagena y llevado al valle que él conocía con el nombre de Coangue, que en lengua de sus mayores quiere decir lugar de sufrimiento, no porque los padres de la Compañía lo trataban mal, sino por la pena de su natal Congo. Cuando le repliqué que no se llamaba Coangue sino Mira, me dijo que ese nombre corresponde a una palabra africana que significa río jaitancioso (jactancioso), ya que sus aguas son impredecibles cuando llueve y se lleva todo lo que encuentra a su paso, por lo que no puede llamarse Mira sino Miró, tal cual es el propio significado. Si su mercé –me dijo–
aguaita un poquito, verá que toitos los nombre quiay en las orilla deste río alborotisto, son puesto por los esclavos negro.
Anotemo: Chichayal, Guachapalí, Chalpatán, Chiche, Pichuche y otros que ni me acuerdo, pero en todos estos sitio hay negro algunos ca esclavo, otros libres por voluntá de los padres, de aquí se han de regá los hijos destos negro por toito el valle y hasta han de ir a poblá la villa de Ibarra (..,) verá nomá su mercé”.
“Tan interesante era la conversación con Celestino, que pedí al hermano administrador permitiera que mi acompañante permanezca varios días en la antesala de la pequeña habitación que para el efecto me había proporcionado. Le averigüé un montón de cosas que poco a poco iré comentando a S.P.R. (Su paternidad reverendísima, refiriéndose al superior mercedario de Quito). Me interesaba saber cómo celebraban la Semana Santa los negros esclavos, ya que cuando estuve en Lita, en estos tiempos no asomó ni uno de ellos a las ceremonias, lo cual me causó enojo al tiempo que asombro”.
“Celestino me dijo que los negros tienen miedo de las ceremonias que acostumbran los blancos, por cuanto todo es feo y no les gusta los cánticos y las costumbre de ellos y más cuando los padres les obligan a que vayan a los largos rezos y palabras del Jueves Santo. Que el Viernes es peor porque los mayordomos y peones blancos cargan cruces y se azotan y lloran, pero solo ese día y al sábado ya nua pasao nada.
“Nosotro creemos- dijo el negro- que la Semana Santa no debe ser tan miedosa, por cuanto nuestro Señor murió por las culpas del todo el género y por ello sí es güeno que tengamos pena, pero con un poco menos de tristeza. Verá, padrecito, nosotros ca no acostumbramos la fanesca por cuanto nuay los granos pa cociná, nos contentamo con guandulcito, camote, yuca y un buen ají y hacimo un molo que le llamamo puche. También un buen mate de agua de limoncillo que lo tomamo el Jueves Santo por la noche y diasí ajuntamos entre todos y dejamo en la puerta de la iglesia un buen pondo endulzado con miel para que Taita Diosito se refresque antes de que lo lleven preso esos maloso de los romano.
“En las casa nos reunimos para hablar de lo que le pasó a nuestro Señor y damos consejo a los guambra. Allí sabemos también sobre los futuros casorios y las mujeres que ya mismo pujan guaguas. Les doy la bendición con permiso del padre Miguel, que manda en esta casa, y nos turnamos toda la noche de dos en dos pa velá una cruz muy viejita que hay en esta casa y dicen que la trujieron dende bien lejo.
La cruz a medianoche la sacamos al partidero del camino para que ajuyente al maloso espíritu que vive en el río y que le llamamos cuchucho, y dicen los que pa’ mala suerte lo han visto que es bien pero bien fiero: chiquito, con sombrero grandote, manos largotas y unos pies pero bien chiquito y que viven en los remolinos del río, sobre todo acá arriba donde se ajunta la quebrada que llamamos Chucuna.
Allí dicen que vive este fierote, por eso ca ni nos apegamos nunca por ese lado. Tenemos una oracioncita que toidos la sabimo y dice: “ Señor de los santo cielo, Señor de las juerzas juntas, danos y cuidanos por siempre jamás. Amén”. Esto se recita en coro los Jueves Santo para que el muertico del otro día nos ayude y cuide.
“El Viernes Santo toditicos se visten de negro y es prohibido hablar con la gente. Nosotros ca no tenimo esa costumbre. Nos vestimos de blanco, pero antes nos bañamos en el río sin miedo porque la noche anterior ya lo juetiamo al cuchucho. Los mayordomo de la hacienda nos dicen negros brutos, si se bañan se hacen pescados, nada nos pasa y somos más juertes y sanos que ellos mismo. Nos repetimos el puche y le aumentamos agüita de hoja de naranja. Los padre nos permiten soplá la banda mocha en la misa del día y nos entonamos unos tonitos pa acompañá al pobre Diosito que lo matan esos maloso romano. También las mujere cargan a la mamita Dolore y en el camino le cuentan sus penas. No se pueden meter los hombres ni tampoco las mujeres soltera, solo las casada y si están barrigonas, mejó, para que nazcan bien sus guagua. Los hombres lo cargamos al san Juan porque nos han dicho que él lo puñetea al diablo. Lo sacamos de la capilla y lo llevamos al borden del río pa que el diablo se corra y no venga nunca por estos lados.
“Por la noche hacimos de velá el cuerpo del Diosito. En eso si que nadie se mete ni los padre ni los mayordomo, ellos ca velan sus propio santo, pero el nuestro es más juerte que toditos y les vence porque sabimo que esa noche viene el santico Martín de Porres y se ajunta con nosotros. Allí le pedimos que con escoba barra las malas intencione y pensamiento de los negros que aquí vivimos. Tan nos acordamos de todos los negro del valle, ya que toditos en esta noche hacimo lo mimo y diasí que el negrito Martín sí nos oye. A lo mejor decimos que el Martincito y el San Juan han de ser compadres por eso es que nos cuidan mucho.
“El sábado ca nos pegamos una bailadita con la banda y nos ponimos alegre por cuanto el Diosito ya revivió y a de estar agradecido por las flores, oraciones y agüita que le brindamo.” (Texto original del documento logrado del Archivo Histórico del convento de La Merced de Quito. Informes varios, 1764)
* Doctor en Historia. Numerario de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica.