Ante la ineficaz gestión gubernamental -que incluye a la Asamblea- y el cada vez más evidente fracaso de la llamada clase política, para impulsar y concretar el reordenamiento de las finanzas y la calamitosa realidad social del país, se torna impostergable que los jóvenes libres del país, aquellos sin ataduras partidistas, bien formados académicamente y dueños de una trayectoria y ética intachables, “tomen la posta”. No pueden seguir siendo observadores, su participación es impostergable.
Son ellos quienes deben asumir la histórica responsabilidad de construir una nueva forma de organización ciudadana que contemple, entre otros fundamentales aspectos, una propuesta de reestructuración de las instituciones del Estado, para que dejen de ser instrumentos de corrupción al servicio de los gobiernos de turno.
Empezar por la reforma de la Ley electoral, concisa y clara, que no dé cabida a mañosas interpretaciones, e implantar un blindaje a los procesos informáticos, para que nunca más se vuelva a sospechar -siquiera- de fraudes. Proponer estrategias para educar al electorado sobre la importancia cívica de su participación para designar candidatos y elegir responsable y democráticamente a los mejores. Es imperativo lograr que cada ciudadano comprenda que su bienestar individual no está por encima del bien común, que no le es ajena la desventura de los otros, pues compartimos un espacio del que no es posible abstraerse, aunque levanten altos muros.
Las esperanzas están puestas en aquellos jóvenes brillantes que actualmente se resisten a ser parte de la putrefacta clase política, los que, impelidos por su inmenso fervor, coraje y vocación de servicio voluntario, deberían considerarse los “escogidos” para agruparse, y trazar la nueva ruta para el desarrollo del país, mediante una verdadera planificación que reemplace el fracasado absurdo existente. El momento histórico del país, así lo exige.