Una dosis diaria de imágenes perturbadoras consumen los niños y jóvenes ecuatorianos, aunque a veces alcanza a toda la familia que se junta ante la pantalla. Escenas de atroz violencia donde las armas parecen una extensión de las manos se vuelven parte de la cotidianidad. Los narcos han penetrado los hogares en las telenovelas transmitidas por la TV y por Netflix, con una narrativa que muchas veces edulcora sus despiadadas acciones y excentricidades, hasta casi normalizarlas.
Lo que ocurrió con el “Chapo” Guzmán, meses atrás, podría ser un capítulo de ficción, pero no. Asomó en las pantallas siendo interpretado por algún actor de narconovelas y, al mismo tiempo, en carne y hueso, en una Corte de Nueva York. Fue durante el juicio en el que le hallaron culpable de 10 delitos. Y donde un cercano a él reveló que un oficial militar ecuatoriano estuvo al servicio del “Chapo”, para transportar droga de las FARC, por el puerto de Guayaquil y que le pagaban USD 100 por kilo.
Que el narcotráfico haya penetrado los niveles más altos de la institucionalidad del Ecuador no solo es realidad; sino que las acciones cometidas por ellos superan las historias que sobre su audacia se cuentan en las pantallas. En abril de 2018, el presidente Moreno reveló que un miembro de su escolta estaba involucrado en narcotráfico. Se trataba de un sargento segundo de la Marina, miembro de una banda que asaltaba y traficaba. Fue encarcelado. En septiembre del mismo año, se halló una tonelada de cocaína en la Base de Manta. Y, días atrás, una narcoavioneta decoló del terreno aplanado, por USD 1 500 millones, en la fallida Refinería del Pacífico, donde los traficantes hasta instalaron iluminación para sus acciones delictivas nocturnas.
Inaceptables fallas como estas de los servicios de inteligencia de las FF.AA. y de los encargados de la seguridad, explicarían el inusual allanamiento que ordenó el Ministerio del Interior a siete recintos militares, en octubre pasado, en el que se descubrió que una mujer de 28 años, alias “Sobeida”, transportaba material balístico desde los rastrillos de las FF.AA. al grupo de alias “Guacho”, vinculado a Sinaloa.
Alguien tiene que dar cuenta al país del fracaso de los sistemas de control aéreos, los marítimos y de la frontera. Que la FAE haya informado que hay 200 pistas “no controladas”, solo después del escándalo de la narcoavioneta, resulta alarmante. En el libro ‘Rehenes’, de los periodistas María Belén Arroyo y Arturo Torres, en el que se revelan detalles del cruel asesinato de los periodistas de El Comercio, un año atrás, se evidencia el laxo manejo de la seguridad en la frontera donde operan grupos disidentes.
Los narcos de las series de ficción han aletargado a la sociedad, pero los de la vida real causan mucho dolor y sufrimiento. Para encararlos, una de las cosas que hay que hacer es dimensionar el mal que representan.