Este 2018 trajo en política noticias preocupantes. Grupos extremos resurgen desde la reivindicación de viejas banderas fascistas con formas que alcanzan expresión política y votos en Austria, Italia, Polonia y hasta Brasil.
En Europa la frustración del proyecto común, salvado del naufragio con férrea decisión por Alemania y Francia, dejó ver sus costuras después de la crisis económica y la debacle PIGS hasta el todavía incierto resultado del Brexit inglés.
Las guerras civiles y los intregrismos religiosos en Oriente Próximo que mataron miles y desplazaron millones arrojaron masas humanas hacia Europa, que ya tiene décadas sin saber cómo capear los temas sociales y las inequidades de personas que llegan desde el norte de África y de religión islámica sin provocar choques culturales y expresiones de fanatismo, xenofobia y nacionalismos peligrosos.
El resurgimiento -con formas distintas- del neofascismo es analizado por un interesante artículo del catedrático francés de origen argelino, Sami Naïr -ahora propuesto por el PSOE español como europarlamentario- publicado en diario El País en octubre.
El catedrático ve ese surgimiento con fuerza en Europa del Este. Quizá se podría atribuir el reflujo pendular a los años de represión, al partido único y a la falta de libertades. Pero varios de los factores de esta nueva corriente se expresan en los ataques a los migrantes, la homofobia y el antifeminismo.
En países como Hungría, Polonia y Austria esas minorías empiezan a ganar las calles y los espacios políticos.
España vio fracasar a los partidos de centro izquierda y centro derecha (PSOE y PP) desde la inoperancia y la corrupción y no terminan de salir del cascarón expresiones como la extrema izquierda Populista de Podemos y su discurso antisistema ni Ciudadanos, que no logra expresar la nueva centro derecha. Y allí nace Vox y habrá que mirar si no representa el renacimiento neofascista.