En la parte más antigua de este camposanto comunitario, ubicado en el sur, hay tumbas que datan de 1915. Fotos: Patricio Terán y Evelyn Jácome/ EL COMERCIO.
Todo lo ha hecho la comunidad: compraron el terreno, construyeron nichos, limpiaron los jardines, pintaron el templo e incluso construyeron una casa comunal. El cementerio de La Magdalena, donde reposan 7 000 almas, cobró vida de la mano de la gente.
Cruzar el lugar es como dar un salto en el tiempo. Es un gran rompecabezas de 20 000 m² en el sur de la ciudad, donde cohabitan las tumbas antiguas tradicionales, coloridas, llenas de ángeles, baldosas y pomposos adornos, con espacios modernos de amplios jardines, piletas y corredores sobrios, donde todos los nichos tienen el mismo modelo.
Este es un cementerio comunal y es la misma gente la que lo administra.
Adolfo Chuquimarca es el presidente de la asociación a la que pertenecen 2 353 personas. La comunidad ha revisado archivos históricos y asegura que desde 1900 la gente comenzó a comprar lotes de 200 a 4 500 sucres, para habilitar el cementerio.
El lugar fue administrado un tiempo por la Iglesia, pero regresó a manos de la comuna. Permaneció descuidado hasta el 22 de agosto de 1975, cuando 100 personas hicieron una minga y lograron que la cara del camposanto cambiara.
En 1976 se creó el Comité Promejoras del cementerio. Para ese entonces, en el lugar había unas 300 tumbas. Cada 15 días organizaban mingas. Unos donaban fuerza de trabajo, otros refrigerios. Como no había dinero ponían cuotas para hacer rifas, eventos y fiestas y así recaudar fondos.
El salón de eventos mide 340 m² y tiene capacidad para recibir a 400 personas. Fue construido hace cuatro años. Fotos: Patricio Terán y Evelyn Jácome/ EL COMERCIO.
Chuquimarca recuerda que como había músicos entre los vecinos, se dedicaron a llevar serenos a la gente y en lugar de pagarles con dinero, recibían quintales de cemento o varillas. Incluso compraron una guitarra y luego de las mingas, tocaban y bailaban.
Así construyeron un cerco y la capilla en el centro del camposanto. Por años se logró mantener operativo el sitio, pero no fue sino hasta el 2012 cuando se inició el cambio.
Cada socio hace un aporte de entre USD 4 y USD 5 al año para el pago de luz, agua e impuestos. La comunidad es organizada y se reúne con frecuencia. Como no tenían un lugar adecuado, decidieron construir una casa comunal en uno de los extremos del lugar, sobre unos mil nichos en el ala llamada El Paraíso. Hoy funciona allí una sala de uso múltiple de 340 m², con capacidad para 400 personas. Allí se celebran las misas de finados.
Lo hicieron con mingas y con la ayuda de uno que otro albañil. Ese es el espacio donde realizan las asambleas y celebraciones como la del Día de la Madre. Se lo renta a USD 20 a sus socios. En la parte alta del salón se habilitó un mirador, desde donde se ven El Panecillo, el Ungüí, La Argelia y todo el sur de Quito.
En un inicio el cementerio era exclusivo para gente de esta parroquia. Hubo familias enteras que compraron mausoleos en este lugar. Una de ellas los Rojas-Ushiña. Ahora llega gente de todos lados.
Hay tres consultorios. Esperan habilitarlos el próximo año. Ya modificaron los estatutos para recibir la autorización del Ministerio de Salud.
El ala sur es uno de los sectores más modernos del cementerio. Tiene jardines y una pileta en el centro. Fotos: Patricio Terán y Evelyn Jácome/ EL COMERCIO.
La parte moderna del camposanto está a unos metros de la zona antigua. Es un columbario para cenizas: una habitación que cuenta con luces LED y cielo raso con diseño.
Donde antes había un basurero aumentaron más de 1 000 nichos, todos con el mismo diseño. “Como en Italia”, asegura Rodrigo Sotomayor, de 77 años, tesorero de la directiva. Hay espacio para 166 personas.
El camposanto creció y se modernizó en los últimos cinco años, gracias a una inversión de más de USD 700 000.
Sotomayor dice que todos los trabajos que se hicieron en los últimos años fueron gracias a las rentas de los nichos.
Cuando él recibió el cargo obtenían unos USD 90 000 al mes, pero asegura que por amor a la comunidad se puso como objetivo aumentar esa cifra, cobrar a los morosos, y el primer mes recaudó USD 131 000, luego el monto fue subiendo hasta 160 000. Todo eso se invirtió.
Como preparativo para esta fecha, el pasado domingo realizaron una minga en la que participaron más de mil personas. Todos colaboraron y al final compartieron un vaso de colada morada, también hecho por la comunidad.
Alejandro Tipantaxi, líder comunal, cuenta que por Finados realizarán a las 18:00 el Pase de las Almas, una procesión encabezada por el cuadro de la Virgen del Carmen. Recorrerán las calles cercanas en compañía de la banda del pueblo y llegarán al cementerio, donde esperarán vecinos con velas encendidas.
Esta noche (2 de noviembre del 2018) presentarán una obra de teatro en el cementerio, para crear conciencia sobre el uso de drogas. El secreto, según Sotomayor, es hacer las cosas con amor. Allíestán enterrados todos sus familiares: padres, hermanos, suegros. “Yo aquí dejé mi vida y aquí mismo descansaré”.