El 7 de octubre, el candidato racista y homofóbico a la Presidencia de Brasil Jair Bolsonaro obtuvo cerca de la mitad de los votos. Su contendor en la segunda vuelta será Fernando Haddad, quien reemplazó a Luis Inacio da Silva como candidato del Partido de los Trabajadores y lleva como candidata a vicepresidenta a una dirigente del Partido Comunista brasilero.
En Bolivia, entretanto, el presidente Evo Morales anuncia que buscará la reelección en comicios que se llevarán a cabo en 2019 no obstante el hecho -mas aún, burlándose del hecho- de que en 2016 los electores bolivianos respondieron con un contundente “No” a la consulta de si Morales podría o no ser candidato nuevamente.
Mientras esto sucede, persisten los dramas venezolano y nicaragüense, donde regímenes autoritarios hacen caso omiso de constitución, ley y sentido de elemental decencia, reprimiendo brutalmente el ejercicio de las libertades y los derechos de los ciudadanos.
Se oye y se lee con frecuencia que todos estos eventos son evidencias de una llamada “crisis de la democracia”, la cual, dicen quienes así piensan, va camino a desaparecer, junto con los elementos económicos y sociales del pensamiento liberal.
Estoy en desacuerdo con ese análisis. Planteo que mal puede estar “en crisis” la democracia en nuestras sociedades latinoamericanas si éstas en realidad nunca han sido propiamente democráticas. Me explico. Existe una generalizada tendencia a entender “democracia”, y los procesos sociales en general, en términos puramente políticos. Bajo dicha tendencia, los Chávez, Maduro, Correa, Ortega, Morales -para nombrar solo a los más recientes- del continente se han declarado a sí mismo dirigentes “democráticos” por el exclusivo hecho de haber ganado elecciones. Rafael Correa justificaba sus abusos de la constitución y de la ley con ese simple argumento: había ganado las elecciones y, en consecuencia, podía hacer lo que a bien tuviera.
Pero hay otra manera más profunda de entender la democracia. En su esencia están cuatro respetos: por todo otro ser humano; por los derechos humanos; por el derecho, es decir, la constitución y las leyes; y por la libertad de empresa y el mercado como elementos esenciales (no exclusivos pero esenciales) del quehacer económico.
Mientras la gran mayoría de latinoamericanos sigamos tragando la piedra de molino de que democracia significa solo elecciones, y no demandemos esos cuatro respetos de los candidatos a elección popular, seguiremos viendo a los Bolsonaro, los Morales y muchos otros enemigos de los respetos asumir el poder “democráticamente”.
Y el mejor camino a que decaiga el apetito por tragar piedras de molino es una educación liberal, que forma gente pensante y libre porque ha perdido el miedo a la libertad.
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