A 17 kilómetros de Quito está la parroquia de Calacalí, la puerta de ingreso al noroccidente de la provincia de Pichincha. Esta población de 4 500 habitantes alberga entre sus calles al primer monumento a la Mitad del Mundo.
En las calles Juan José Flores, Simón Bolívar, Guayaquil y Jerónimo Carrión está la Plaza Equinoccial, donde está el histórico monumento. Rodeado de montañas, jardines, viviendas y pequeños locales y restaurantes, la estructura se levanta para dar la bienvenida al pequeño poblado.
Era 1936 cuando se conmemoraban 200 años del trabajo de la misión geodésica francesa (que vino a hacer mediciones para comprobar la forma de la tierra), el geógrafo ecuatoriano Luis Tufiño tuvo la iniciativa de proyectar el paso de la línea ecuatorial.
Con la ayuda del Comité Franco Americano, erige el monumento en San Antonio de Pichincha, a 10 kilómetros de Quito. La finalidad era resaltar la ubicación exacta de la línea que divide al planeta y el rol de la misión que en el siglo XVIII ubicó el lugar aproximado por el cual pasa.
Unos años después, en 1979, el monumento, de 10 metros de altura, fue trasladado a Calacalí, siete kilómetros al occidente, por donde también atraviesa la línea ecuatorial. La razón: se empezó a construir una réplica, de mayores dimensiones, para ubicarla en la que ahora es la ciudad Mitad del Mundo, y convertirla en un destino turístico. Fueron los propios pobladores los que llevaron al monumento hacia su parroquia.
Moisés López, de 80 años, nació en Calacalí. Pasa sus días sentado cerca de la plaza, conversando con sus amigos. Cuenta que recuerda el día en que “volquetas cargadas con las piezas del monumento empezaron a desfilar por las calles”. Dice que tanto él como su coterráneos sienten una gran alegría, porque el monumento debía situarse originalmente allí.
En una vereda permanece sentado Jorge Morales, de 72 años. Mira sin distracción al centro de la plaza. Cuenta que el día que empezaron a armar el monumento fue histórico. “Debía haber estado aquí siempre, aquí debían haberlo construido. Lo bueno es que ahora está en el lugar apropiado”. Para jóvenes y adultos, este es el símbolo de Calacalí.
Una de las versiones de los pobladores dice que el nombre Calacalí proviene de la neblina que continuamente cubre al pueblo como un ‘manto blanco y húmedo’, que en idioma de los aborígenes significaba Calacalí. Otra interpretación dice que el nombre proviene de las minas de cal existentes al norte del poblado.
Margarita Vaca, de 39 años, se enorgullece de la estructura, pero se apena de que pocos sepan de él y de su historia. “Si viene gente pero generalmente pasamos desapercibidos. Muchos de los turistas se quedan en el monumento de San Antonio de Pichincha. Acá en Calacalí está el original, el que guarda toda la historia”.