Un edificio de condominio familiar. En uno de los departamentos se oye peleas frecuentes. Es una familia rica que se empobrece. Pasa el tiempo y aumenta la violencia. Golpes y llanto de los niños. “Me mata” dice un grito. Los vecinos preocupados, no hacen nada: “tienen derecho de resolver sus problemas por sí mismos. No hay que meterse” piensan algunos. Pero un día, se oye balazos. Estruendo de puertas, chillidos y los niños despavoridos salen a pedir refugio en los departamentos vecinos. Unos, solidariamente abren las puertas, otros las cierran…
Nuestro condominio es Sudamérica. La familia en problemas es Venezuela. El Estado ha declarado la guerra a su pueblo. La gente se muere de hambre y no puede hablar contra un gobierno ilegítimo, autoritario y sobre todo incompetente (y ahora asesorado por economistas ecuatorianos, del correato). Tontería, mafia, y dogmatismo en el poder.
En Venezuela no hay canales democráticos para resolver los problemas. Por lo tanto, la gente sale despavorida. Esa es su respuesta. Huye de una hecatombe. Miles de venezolanos pobres, sin medio en los bolsillos, sin pasaporte, con niños en brazos, caminan por las carreteras, inundando con su tristeza y miseria las calles y las plazas de Sudamérica. Si Venezuela como país no se recupera, la oleada de ciudadanos dignos, convertidos en miserables, continuará. Pero, hay que estar claros, con Maduro a la cabeza, Venezuela se hunde más.
La diáspora venezolana nos hace entender que el problema de los venezolanos no solo es de ellos, es de todos los sudamericanos. Por esto, la iniciativa del gobierno del Ecuador de convocar a sus pares de la región a enfrentar juntos es acertada. Sin embargo, para que tal cita tenga éxito y no se enrede con intereses particulares de los Estados, tiene que inspirarse en el enfoque de los derechos humanos y de los niños en particular, que son los que más sufren en este terrible proceso. Para esto, la agenda debe atender dos temas claves: a) la crisis humanitaria, b) el destino de Maduro. Hay que usar dos instrumentos básicos, la Convención Internacional de los niños y la Carta de Conducta de Roldós, cuyo artículo 3 dice:“Reiterar el compromiso solemne de que el respeto de los derechos humanos, políticos, económicos y sociales constituye norma fundamental de la conducta interna de los estados… y que su defensa es una obligación internacional a la que están sujetos los estados y que, por tanto, la acción conjunta ejercida en protección de esos derechos no viola el principio de no intervención”.
Volviendo a la metáfora del condominio, ingresar al departamento vecino donde se vulneran derechos humanos, es una obligación. Y abrir la puerta a los emigrantes es un deber ético, que pasa por anular la errónea exigencia de los pasaportes y rechazar la xenofobia.