Con este artículo no busco criticar un sistema de valores, ni una postura ideológica, ni peor aún unas creencias religiosas. No quiero que se entienda que busco censurar – ni acallar – manifestaciones que tienen todo el derecho de llevarse a cabo. Por encima de mi postura a favor del aborto o de mi ateísmo, creo en la libertad religiosa como un componente democrático esencial y en el derecho de cada individuo de expresar sus creencias. Empero, sí intento señalar una falta de coherencia que estoy seguro no se da en todos los casos y en todos los lugares; pero allí donde ocurre, es de tal dislate que vale la pena apuntarlo.
Se acaba de publicar el reporte del gran jurado en el caso de abusos sexuales con menores de edad en seis diócesis en Pensilvania. Es un documento con valor legal, que busca no estar sesgado por posturas pro o anti religiosas, simplemente relatar los crímenes cometidos. Las 900 páginas del documento detallan no solo los delitos sino las prácticas de encubrimiento llevadas a cabo por aquellas entidades de la Iglesia Católica.
La gravedad de los hechos es difícil de calificar, como reporta el diario El País, “Un día (el padre) Zirwas llevó a George a una reunión con otros sacerdotes. Lo subieron a una mesa, lo desnudaron y le empezaron a fotografiar, como hicieron con otros chicos. Producían material pornográfico en dependencias rectorales. Para distinguir a los agredidos, les regalaban cruces de oro. El niño que la llevaba era una presa.”
Por si esto fuera poco, la organización produjo un manual con reglas para encubrir a los sacerdotes criminales. “Cuarto, cuando un cura deba ser trasladado, no diga el motivo. Diga a los feligreses que está en ‘baja médica’ o ‘fatiga nerviosa’. O no diga nada. (…) Quinto, aunque un sacerdote esté violando a niños, proporcióneles casa y cubra sus gastos. (…) Finalmente, y sobre todo, no diga nada a la Policía. El abuso sexual, aunque sin penetración, siempre ha sido un delito. Pero no lo trate de ese modo, sino como un ‘asunto personal’, ‘dentro de casa’.”
Según el documento las víctimas sobrepasarían las mil. Entre ellas hay adolescentes que quedaron embarazadas y obligadas por los mismos sacerdotes a abortar; lo que me lleva a señalar la contradicción anunciada. Ocurre que la Iglesia y los feligreses de Pensilvania han sido grandísimos militantes en contra del aborto. No se han dado los mismos esfuerzos de militancia pidiendo cambios legales que impidan que se reproduzcan esos círculos macabros de abusos y violaciones.
Hay personas cuyo motivo de militancia es que el Estado no permita prácticas que vayan en contra de su doctrina, ¿qué sentido hay en que se milite fervientemente en contra del aborto, pero opacarse cuando se trate de abusos y violaciones por autoridades eclesiásticas?