Columnista invitada
La celebración por los 483 años de fundación de Guayaquil es ocasión propicia para traer a la memoria las multitudinarias marchas que coparon la avenida 9 de Octubre, para repudiar las maniobras de un gobierno que llegó a mezquinarle sus rentas y pretendía competir con las autoridades locales ejecutando obras paralelas, en un insano intento por restarles popularidad.
Fueron jornadas memorables de un pueblo unido para levantar su voz con un unánime desafío: la defensa de Guayaquil. Una ciudad que ha conseguido una simbiosis entre infraestructura y naturaleza; que disfruta de la transformación urbanística y el mejoramiento de sus condiciones de vida, estaba empoderada para encarar la prepotencia y frenar el autoritarismo.
Están aún frescas las imágenes de hombres y mujeres de todos los sectores sociales y geográficos de la ciudad caminando unidos y en sintonía junto al alcalde Jaime Nebot, cuando sus conquistas estaban siendo amenazadas.
Esa determinación colectiva explicaría las cifras positivas que exhibe hoy Guayaquil. El INEC señala que en los últimos 10 años ha bajado la pobreza de 22,5% al 9,7% y la pobreza extrema de 5,6% a 1,3%; es la urbe menos inequitativa del país, con un índice de Gini de 0,37%, e invierte en obra pública 85 de cada 100 dólares que ingresan al Municipio. Los impuestos prediales son los más bajos del Ecuador.
Esta realidad que habla de una gestión efectiva y una ciudad en crecimiento emocionó al ex vicepresidente Alberto Dahik a tal punto de proponer una consulta popular para blindar el modelo de gestión municipal de Guayaquil de las dos décadas, con un conjunto de parámetros y reglas inamovibles, capaces de superar cualquier resultado electoral adverso, en las elecciones del próximo año. Pero esto es algo inadmisible.
A Dahik hay que recordarle que en las democracias lo que cuenta es el pronunciamiento del pueblo en las urnas, cualquier que este sea; esas son las reglas. Lo que corresponde a políticos y dirigentes es hacer pedagogía para que la gente, en este caso, valore lo que ha logrado y, sobre todo, hacer memoria de los tiempos de oscurantismo, cuando Guayaquil cayó en manos de piratas que la saquearon, el pueblo fue abandonado a su suerte y la autoestima colectiva andaba por los suelos.
Recordar los nombres de quienes se opusieron por intereses mezquinos a las grandes obras y, por complicidad o flaqueza moral, se pusieron del lado del déspota cuando acosaba a la ciudad y el pueblo era vilipendiado, es un antídoto contra la desmemoria. No deberían pretender administrarla aquellos que no supieron defender a Guayaquil cuando estaba amenazada.
Tras 20 años de gestión del alcalde Nebot, habrá un relevo de liderazgo en la ciudad. Los guayaquileños tendrán que asumir que el destino de la ciudad está en sus manos, porque es el pueblo el que escribe el guión de su historia.