El discurso oficial nos dice que la maternidad es un hecho extraordinariamente feliz porque marca el inicio de una nueva vida; la venida al mundo de un nuevo ser humano, único e irreemplazable, que será fuente de felicidad y esperanza para quienes le rodean.
Si la maternidad es un hecho tan afortunado, ¿por qué las mujeres prefieren tener cada vez menos hijos o, incluso, ninguno?
Una explicación está en el hecho innegable que la manutención de un niño es, cada vez, más cara. Educar a un hijo en un buen colegio o universidad puede resultar sumamente costoso y, en algunos casos, impagable. La salud es otro rubro oneroso, incluso para padecimientos leves y recurrentes entre los infantes, como gripes o infecciones; ni se diga para cuestiones más graves.
Hay, sin embargo, mujeres con un patrimonio suficiente como para sufragar los costos que conllevaría criar varios hijos pero que, aún así, optan por no embarazarse jamás. ¿Por qué? Porque han visto, entre sus familiares o amigas, el costo emocional que, para muchas de ellas, significa ser mamá y trabajar a la vez. Mujeres profesionalmente exitosas lamentan constantemente no poder estar más tiempo con sus hijos porque deben pasar 10 o incluso 12 horas en su oficina. Algunas llegan a cuestionarse la conveniencia de haber tenido un hijo si no irían a ser capaces de cuidar ellas mismas de sus vástagos.
En contrapartida, las madres que optaron por quedarse en casa –para dedicarse a tiempo completo a sus hijos– lamentan haber abandonado su profesión para quedar económicamente indefensas o más dependientes de su pareja; relegadas para siempre a jugar un rol social secundario en el mundo.
Muchos –Simone de Beauvoir, entre ellos– creen que el dilema de la maternidad es de origen cultural, concretamente de una visión machista que impuso a las mujeres un rol de simples sujetos reproductores, incapaces de tomar riesgos o alcanzar metas notables.
A estas alturas de la historia es incuestionable que las mujeres y los hombres estamos igualmente dotados para todo. Para todo menos para la maternidad…
Así que el problema no es cultural sino de orden económico y natural (como diría Adam Smith). Muchas mujeres desean cultivar su instinto maternal –único y exclusivo de ellas– sin renunciar a sus aspiraciones individuales. Para conciliar este aparente dilema existe una solución concreta: crear oportunidades de trabajo en casa o en oficinas, con horarios flexibles, que sean convenientemente remunerados.
En muchos sectores –en servicios de consultoría o en la manufactura, por ejemplo– esta opción es perfectamente posible. Los más favorecidos de cambios como estos serían –qué duda cabe– los niños y sus madres, que podrían estar más tiempo juntos.