Cuando estaba en la cumbre del poder y la soberbia, rodeado por su corte de escritores a sueldo y pícaros a destajo, en una de sus sabatinas Correa calificó de ‘limitadito’ a Mario Vargas Llosa. Recalco: Correa, autor de chulla libro cuyo título no está escrito en inglés ni en español sino todo lo contrario; Correa, el genio de la economía que multiplicó por cinco la deuda del país; Correa, el palanqueador de títulos Honoris Causa, insultaba a uno de los grandes de la literatura mundial. Y los funcionarios y las sumisas aplaudían a rabiar esta nueva perla del macho-alfa, del jefe de la tribu. No faltó quien añadiera que el novelista recibía órdenes del imperio.
Qué bajeza, pienso yo, porque Vargas Llosa, sus libros, me han acompañado desde la juventud de ‘Los cachorros’ y ‘La ciudad y los perros’ hasta ‘La llamada de la tribu’ que acabo de leer, donde el peruano asume con elegancia y erudición su papel de ensayista para historiar, analizar y defender los conceptos de democracia, libertad y derechos individuales frente al atropello persistente de los caudillos carismáticos. Aquellos que, según Karl Popper, apelan al irracionalismo que anida en el fondo de todos los civilizados, despertando ese espíritu tribal que dejaba en manos del brujo la conducción de vidas y destinos.
Por ello, a lo largo del siglo XX fueron las dictaduras comunistas de variado cuño las que aguzaron las plumas de algunos polemistas retratados por Vargas Llosa, desde Raymond Aron, que calificó al marxismo como ‘opio de los intelectuales’, hasta Jean Francoise Revel, quien dio la pelea final en una Francia dopada por el maoísmo, en la que alguien como Sartre elogiaba a un fenómeno tan brutal como la Revolución Cultural china.
Hoy, el desafío intelectual ya no proviene de sistemas decadentes como el norcoreano o el cubano sino de los populismos demagógicos de izquierda o derecha que parecían una maldición propia de América Latina hasta que empezaron a difundirse por EE.UU. y Europa. Vargas Llosa los combate en este y otros escritos pero, hijo apasionado y contradictorio de su tiempo, se le va la mano hacia a la derecha cuando sostiene que Reagan y Thatcher “prestaron un gran servicio a la cultura de la libertad”, aunque poco antes ha señalado que eran unos conservadores que rechazaban reformas que él consideraba legítimas y necesarias, tales como el matrimonio homosexual, el aborto, la legalización de la droga y la eutanasia.
La polémica está servida pues en contra de estas demandas emblemáticas de los demócratas del mundo, Correa se alinea con el Opus Dei y la extrema derecha. Se diría que toda su alharaca revolucionaria no alcanza a encubrir el hondo resentimiento y la búsqueda de seguridad de su alma atormentada. De modo que, frente a un Vargas Llosa liberal, erudito y Premio Nobel, el limitadito como escritor, economista y políglota no es otro que el inolvidable Diecisiete Honoris Causa.