Imagínese que usted es el presidente de la república y por ahí le oye a algún economista que dice que hay problemas serios y que hay que hacer ajustes. Por otro lado, sus colaboradores le dicen que todo está bien y que no hay razón para andar pensando en ajustes que podrían dañar a su popularidad. ¿A quién le haría caso?
Su equipo le transmite el mensaje de que todo está bien. Argumentan que la economía, en el último trimestre para el cual hay datos, creció en 3,8% anual, que ahora el mundo nos presta dinero a tasas de 8% que son muy inferiores al 10,5% al que nos prestaban en el 2016, que la inflación está baja y que el empleo crece. Por lo tanto, ya se superó la crisis y no hay la más mínima necesidad de pensar en esas bárbaras prácticas de los paquetazos de ajuste que andan promoviendo unos que otros malvados neoliberales.
Por otro lado, algún economista por ahí anda diciendo que es importante adaptar la economía a un precio del petróleo más bajo porque los niveles de gasto son tan altos que vivimos al fío, lo que le ha llevado a endeudarse incluso a tasas de 8% (bastante más del doble de lo que pagan países como Colombia y Perú).
Por lo tanto, argumentan esos economistas, hay que hacer ajustes al gasto público para que los ingresos y los gastos del gobierno se equilibren. Además el Ecuador se ha vuelto costoso y difícil para producir. Hay que simplificarles la vida a los productores y dejarles para que saquen adelante al país.
¿A cuál de los dos le oiría usted si fuera presidente? ¿A quien le propone hacer ajustes que pueden resultar complejos, pero que aplazarlos sólo los vuelve más duros? ¿O a quienes le aseguran que todo está bien y que los ajustes son simples caprichos de la derecha?
El problema es que la situación económica es realmente compleja. Si bien la tasa de interés que paga el país es menor a la que se pagaba hace dos años, la razón principal de esa caída es que el precio del petróleo está hoy casi al triple de lo que estuvo a inicios del 2016 y el mundo mide nuestra capacidad de pago en función del precio del crudo.
Y si Banco Central dijo que la economía creció al 3,8% en el tercer trimestre 2017, es muy probable que revise ese dato hacia abajo, como ya lo ha hecho para los dos trimestres anteriores, entre otras cosas, porque la proyección del crecimiento anual del Central no es compatible con sus datos trimestrales.
Y ese buen crecimiento del PIB se debió a factores que no son sostenibles en el tiempo, como un gasto público financiado con alta deuda y un precio del petróleo en recuperación. Además, ya sería tiempo de encontrar un camino de romper con la dependencia del petróleo que nos consume desde hace cuatro décadas. Y el (leve) crecimiento del empleo es gracias a ese alto gasto. Y la inflación baja es una deflación.
¿A quién oiría usted?