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Galo Alvarado quería abrir una papelería en el Centro Histórico hace 33 años. Pero la suerte le jugó una mala pasada.
Cuando ya había adelantado el pago del arriendo de seis meses en un local en la calle Benalcázar, le robaron el dinero que invertiría en el negocio. Entonces, tuvo que improvisar un oficio. Desde 1978, se dedica a fabricar ollas encantadas y bonetes de cartón para fiestas infantiles.
fakeFCKRemoveEs uno de los primeros comerciantes que instaló su negocio en el barrio San Roque. A finales de la década de los setenta, él puso de moda vistosas ollas encantadas para celebrar las fiestas de los santos católicos y los cumpleaños. “20 sucres costaba cada olla”, recuerda. Actualmente, cuestan entre USD 0,40 y USD 1,50.
Empezó el negocio con una vitrina y un mostrador prestados. Luego de cinco años, en 1983, se cambió a un local detrás del convento jesuita, en la misma “calle angosta” de la Benalcázar.
Al mediodía, la calle está abarrotada de vehículos. Por las estrechas aceras caminan decenas de personas. Alvarado viste un saco de lana gris y un pantalón de tela negra. A sus 64 años luce una blanca y poblada barba, que lo hace parecer mayor.
Las primeras ollas, hechas con barro, las decoraba con pintura de caucho. Utilizaba ese material para ahorrar costos en la producción. Hoy lo hace con papel de colores, ojos de plástico y otros accesorios. Sobre el mostrador hay tijeras, goma y silicona.
Basta con estas herramientas y su creatividad para que este hábil artesano quiteño cree decenas de personajes.
Al comienzo fue un negocio tan próspero que pronto aparecieron más tiendas en el sector para competir con Alvarado. Además de las ollas encantadas, esos locales también ofrecen piñatas, golosinas y otros productos para fiestas. Solo en la calle Benalcázar, entre Espejo y Rocafuerte, hay 11 almacenes de este tipo.
Él también tuvo que diversificar la oferta de sus productos. Empezó a fabricar piñatas y adornos con espumaflex. Los motivos son variados: bodas, comuniones, confirmaciones, bautizos, fiestas de 15 años, etc. Alvarado es autodidacto. Vio cómo hacían las piñatas en un mercado en Xochimilco, en México. Luego vino y lo puso en práctica. No fue difícil.
Su taller y tienda están abiertos todos los días, de 08:30 a 19:00. Cuando no tiene clientes, arma las ollas encantadas, piñatas, bonetes y otros adornos en la parte trasera de su local. Del fondo aparece con una olla que trae de la comunidad de La Victoria, en Cotopaxi. Coloca el recipiente sobre el mostrador, lo forra con papel rosado y pega otra tira roja alrededor. Acomoda sus anteojos.
En 30 minutos, la olla encantada, con la forma de un gracioso personaje multicolor, con plumas artificiales, está lista para llenarla con juguetes, golosinas y confites. Por unos momentos, la colorida artesanía será el centro de atracción de alguna celebración.
Su conocimiento y experiencia comparte con los chicos del Centro del Muchacho Trabajador, donde ha dictado talleres. Hay jóvenes que le sorprenden por la rapidez con la que aprenden y la creatividad que imprimen en sus diseños.
Los primeros modelos de sus piñatas fueron los personajes de Walt Disney. Hoy, los más pedidos son Spiderman, Campanita, Hello Kitty, princesas y hadas. Cada mes fabrica entre 100 y 500 ollas e igual número de piñatas. Depende de la demanda.