La consulta popular, que abarca de manera algo confusa un plebiscito y un referéndum, se encuentra en la recta final.
Los promotores del sí, aunque apagados, cuentan con el favor de las encuestadoras serias que les dan una mayoría holgada, pero en este país hay que tener mucho cuidado con los apagones en tiempos electorales.
En todo caso, lo enredado de la consulta podría atentar contra el resultado final. Quizás a estas alturas los ideólogos pensarán que no fue una buena idea incluir allí siete preguntas, varias de las cuales resultan inocuas e innecesarias, pues habría bastado en algún caso una simple reforma legal o la decisión firme de derogar una norma o aplicar otra para obtener el mismo objetivo que se alcanzaría en las urnas.
Pero lo cierto es que el proceso ya está lanzado y si es que gana el sí, se logrará elevar a categoría constitucional algunas disposiciones trascendentes, y se contará además con la decisión directa del pueblo en temas como la derogatoria de la infame ley de plusvalía, la imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra niños y adolescentes, además de contentar, aunque a medias, a los defensores ambientales.
Lo medular de esta consulta, sin duda, está en las tres primeras preguntas. La uno, que busca sancionar con la inhabilidad para participar en política a las personas condenadas por actos de corrupción, ha generado ciertas dudas entre la masa de votantes que, inicialmente, estaría a favor del sí.
No comparto el temor de que esta norma podría ser mal utilizada en el futuro para perjudicar a algún inocente o impedir con engaños una presunta candidatura. Cualquier norma puede ser siempre mal utilizada, así como cualquier ley puede ser violada o transgredida, pero precisamente ese tipo de actos son los que debemos erradicar o, al menos prever, evitando de una vez por todas que los corruptos sentenciados vuelvan a postularse o aspirar a un nuevo cargo público.
En todo caso, esta pregunta también tiene aterrados a los del otro bando, a esos que votan no por simple oposición sin discernir lo que se consulta, y también a los que lo hacen por pura premonición.
Sobre el tema de la reelección indefinida hay también temores y malestares, pero en ese caso provienen solo de los que se han convertido en opositores porque les quitaron de forma abrupta la teta, y ellos, entre berrinches e hipos, ahora presumen de demócratas y denuncian supuestas violaciones a sus derechos ante los foros que antes denostaban e ignoraban, y es que, claro, dejar la teta siempre supone un trauma para los pobres guaguas que en una de sus más avezadas travesuras, hicieron “reformas” allí donde solo cabían enmiendas, y se pasaron por el forro su propia Constitución, la que debía durar tres siglos y fue violada apenas nació.
La pregunta tres, que reestructura el Consejo de Participación Ciudadano, podría entrañar riesgos, ciertamente, pero si queremos seguir en el andarivel de la democracia no queda otra opción que decir sí.