Resulta muy difícil entender y aceptar que los dueños del partido político que se tomó el poder hace más de diez años, hayan embarcado a todo un país en la descabellada aventura que les dio por llamarle Revolución Ciudadana, “cuyo proyecto político llevaría a la comunidad ecuatoriana al definitivo buen vivir”, que en la realidad se traduce en el más grande daño infringido en la historia del país a la sociedad ecuatoriana.
La ruina económica y social se acrecienta, como sucede con los nuevos casos de corrupción que van saliendo a la luz. Es así que, no queda espacio alguno en donde no brote el pus. El daño no pudo ser más integral: la invasión a la estructura de la Cancillería, que sí contaba con funcionarios debidamente formados en la carrera diplomática, con vasta y reconocida experiencia, haya sido convertida en un reducto más para ubicar el clientelismo político, sin que importe, en lo más mínimo, la conducción y protección de la soberanía del país.
Bajo ningún concepto, pudo haberse establecido como una función ad-hoc de la Cancillería: “salir al mundo exterior a la caza de delincuentes de renombre internacional (el hacker J. Assange, por ejemplo, de quien no conocemos ni su perfil psicológico, ni su verdadero inventario de delitos, ni la actividad que desempeñaría en nuestro país) para ofrecerles protección, en el afán de, hipócritamente, mostrarse al mundo, como defensores de los derechos humanos, en el intento absurdo de ocultar una verdad: la vulneración de esos mismos derechos, desde hace más de una década, en Ecuador.
Es oportuno citar lo expresado por el ex Canciller Ayala Lasso, quien sostuvo que el asilo dado a Assange en 2012 “ha generado problemas” a Ecuador y “ha granjeado (al país) una mala voluntad de los Estados ofendidos por Assange y un desprestigio internacional”.