Frente a la puerta principal de la Universidad Central, la acera está cuarteada y hay trozos de cemento desprendidos. Más hacia el sur, antes de llegar a la calle Alonso de Mercadillo, las grietas son más grandes.
Germánico Pinto, gerente de la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas (Epmmop), reconoce que en Quito las veredas carecen de uniformidad. “Son de diferente material. Unas tienen jardineras y otras no”.
Esto se comprueba a la altura de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Allí, la vereda de cemento empata con una superficie adoquinada construida con piedras rectangulares.
Luego de cruzar la calle Luis Morquera Narváez, la acera vuelve a mostrar su deterioro. Huellas de pies yacen incrustadas en el cemento. Ya en el tramo comprendido entre las calles García de León y Lorenzo de Aldana, aparecieron, junto a los bordes, huecos que contienen lodo y agua maloliente.
“El deterioro de las veredas también responde a la falta de mantenimiento”, asegura Pinto. Añade que los propietarios de los inmuebles y terrenos son los responsables de cuidarlas.
En el trayecto entre la Selva Alegre y Bartolomé de Las Casas, los peatones se topan con más obstáculos. Al cruzar la calle, deben cuidarse para no tropezarse con orificios vacíos destinados a la siembra de árboles y pernos de metal incrustados en el cemento. La transeúnte María Viteri no deja de quejarse.
“Deberían quitar estas cosas. Varias personas han tropezado”, dice, mientras espera el bus.
El cemento levantado alcanza el tallo de los árboles jóvenes, entre las calles Cristóbal de Acuña y San Ignacio. En algunos tramos, el pavimento de la calzada sobrepasa el límite de la vereda.
En la Mariana de Jesús y Rumipamba, los peatones sortean las gradas y hasta caminan como equilibristas por los bordes.