Producto de una ilusión, de un espejismo, de una utopía bien intencionada. O, por simple novelería, muchos de los asambleístas de Montecristi votaron a favor de la incorporación del inefable Consejo de Participación Ciudadana, a la constitución que estaban aprobando. Los más cercanos al gobierno, y este por supuesto, sabían exactamente de qué se trataba. El Consejo debía ser, y lo fue efectivamente por casi diez años, la herramienta que permitiría, a quien detentaba el poder, el tener un control casi absoluto sobre los organismos y entidades del Estado.
Más allá de lo que puedan argüir los inventores de este engendro, tarde o temprano este Consejo deberá desaparecer, para que el país recupere una sólida organización democrática. Hay que retornar a la vieja y sabia fórmula de Montesquieu: los tres poderes en que se estructura el Estado, pues realmente no hacen falta más.
Pero es entendible que esta cuestión no haya sido planteada en el próximo referéndum. Dado el laberinto jurídico que se debe atravesar para aprobar una reforma constitucional, lo más probable habría sido que la pregunta se extraviara en una de las misteriosas galerías de la Corte Constitucional. Y hay temas que deben ser resueltos en forma urgente.
La solución que ha propuesto el presidente Moreno, con sus dos partes, cumple este objetivo que, insisto, debe ser temporal. Pero aun así, es insuficiente en mi opinión, pues debería votarse por la inmediata cesación en sus cargos de todos los funcionarios que hayan sido elegidos por el actual Consejo de Participación, pues sabemos con absoluta claridad la forma en que se han realizado tales nombramientos.
Pero vayamos a al tema de fondo: un Consejo cuyos integrantes sean elegidos por votación universal. Luce atractiva la propuesta y rebate uno de los principales argumentos que se esgrimen contra los miembros actuales: la forma de su designación. Y se pretende además despolitizar la elección, impidiendo que los partidos presenten candidatos, que no podrán ser afiliados a los mismos. Pero ¿es posible despolitizar una elección, cualquier elección, por salvedades que se interpongan en el camino? Mantengo mis dudas y habrá que ver qué ocurre finalmente.
Y en cuanto al Consejo temporal, le tocará la ardua tarea de juzgar a los funcionarios ya designados, con el consiguiente derecho al pataleo de los afectados y, en nuestra realidad cotidiana, con los inevitables palanqueos. Y todo esto se habría resuelto de una sola plumada si en el referéndum se los cesaba a todos. En todo caso habrá que votar por el “sí”.
Pero insisto: el Consejo deberá desaparecer en algún momento. Y para ello, y para muchas otras reformas indispensables, deberá convocarse algún día a una asamblea constituyente. Aunque ya sabemos que ahora no existen las condiciones para ello.