El aprendizaje es una ola indetenible. Siempre estamos aprendiendo, recibiendo, procesando y desechando. Para bien o para mal… Escuelas y colegios no avanzan al mismo ritmo y van quedando atrás. Aprendemos más en la “universidad de la vida” y sus sorpresivos giros. Los mensajes nos abruman, nos desafían, nos cabrean, nos ilusionan. Proceden de la calle, los amigos, los amores, la tele, los discursos…
La quietud no existe. Absorbemos, procesamos, desechamos todo el tiempo. Los estímulos llegan de espacios virtuales o concretos, cotidianos o extraordinarios, formales o informales. Y dejan huella… Para construirnos sólidos, libres, cristalinos, solidarios, amorosos, creativos. O para volvernos individualistas, opacos, calculadores, excluyentes, amantes de medio tiempo….
Desde hace meses la escena pública ha sido fecunda en mensajes deformantes. Las corruptelas nos marcan con su hedor de mentira, juego sucio, aspiraciones insaciables, mañas viejas y nuevas tácticas, vencer o morir por acumular cosas, plata, cuentas… cosas.
Lo insólito y lo cínico es que el mismo sistema que escupe miserias obliga a escuelas y colegios a inculcar valores de integridad y armonía. Los currículos presionan por desarrollar en los chicos solidaridad, respeto, originalidad, transparencia, consecuencia, vocación de servicio… Insólito y cínico.
Nuestros estudiantes confrontan dos vidas. Educación y vida se niegan entre sí. Lastimosamente, la potencia de los ejemplos reales suele ser más eficaz que el discurso escolar, que va quedando estéril, casi en ridículo.
Muchos maestros con la mejor voluntad intentan inculcar valores. La mayoría recurre al discurso moralista y cansino. Otros se ingenian por inventar casos, dilemas, problemas. Casi siempre con colores rosa y final feliz. Casi siempre con el triunfo irreversible de los buenos, los generosos, los justos. Sin embargo, no se pueden ocultar las incoherencias…
Con qué cara castigamos al niño que copia un examen, cuando plagiadores de alto vuelo triunfan en el poder. Con qué vergüenza pedimos al adolescente actitud de servicio, cuando al frente se pasean ladrones de esfuerzos ajenos. Con qué autoridad exigimos al joven respeto a los otros, cuando proliferan los vivos que pasan por encima a medio mundo para asegurar una rebanada de poder.
La corrupción no solo hurta plata y honores. Instala –incluidas las escuelas- valores e ideas repugnantes sobre el éxito, la felicidad, el poder, los otros, el paisito. Aprendemos que todo está en venta, solo depende del precio y la oscuridad donde se negocia.
Tal vez el maestro deba recurrir a trabajar con casos reales. A convertirlos en oportunidades de aprendizaje. No para inculcar lo que se debe hacer sino para desmontar sus tramas y alertar sobre lo que hay que evitar.
¿Se atreverá? ¿Le permitirán?
Columnista invitado