Con el paso de las horas, se acerca al sur de Florida un tremendo huracán. Las precauciones son máximas.
Antes arrasó la infraestructura de varias poblaciones y causó muertos y heridos en una serie de pequeñas islas y en poblaciones de Puerto Rico, República Dominicana y Cuba.
En Estados Unidos, la orden de evacuar a cientos de miles de personas sonaba desesperada y acaso imposible. Los problemas de abastecimiento de agua y gasolina se empezaron a experimentar días antes y las largas colas de automóviles marcaban un éxodo indetenible hacia el norte de Florida.
Podría ser devastador, de efectos épicos, dijo el presidente Donald Trump. Estados Unidos acaba de pasar la tragedia de la gran tormenta Harvey con su estela de muertos y millones en destrucción en Houston y varias localidades de Texas. Años antes, Nueva Orleans, con Katrina, y Andrew, en el mismo Miami, dejaron su estela de destrucción y dolor. La memoria vuelve.
Los huracanes son cíclicos en esta temporada en el Atlántico y el Caribe. Al huracán Irma acompañan dos más, uno que sube desde el Golfo de México -Katia- y otro que le secunda por la costa caribeña, José, que cobra vigor.
La gente se pregunta si esto tiene algo que ver con el calentamiento global. Los científicos debaten.
Queda la gran devastación y la enseñanza que como especie nos empeñamos en desoír: la inmensa fragilidad del ser humano y el planeta.