A los 94 años de edad, falleció este domingo Jorge Crespo Toral, que hasta hace pocas semanas seguía activo al frente de la Confraternidad Carcelaria del Ecuador, a la que dedicó los últimos 32 años de su vida.
Jorge Crespo Toral es “uno de los personajes más extraordinarios que he conocido en mi vida”, dice Charles Colson en su libro “How Now Shall We Live?” escrito con Nancy Pearsey (Tyndale House, 2011). La revista Diners lo llamó “un quijote nonagenario, de mente lúcida, que nunca ha dejado de creer en su alta misión” (octubre 2015), y Francisco Carrión, en estas mismas columnas, “prohombre, de los pocos que aún nos quedan” y “connotado laboralista, nonagenario y ser humano de bien” (EL COMERCIO, 20/10/2015). Su obra por los presos fue impulsada por el convencimiento de que todos son capaces de redimirse, por lo que tuvo que enfrentar al propio sistema carcelario, inhumano y corrupto. La forma que una y otra vez superó las incomprensiones de ese sistema y de los gobiernos, sin desmayar nunca, impresionó a todos los que lo conocieron.
Esa misma tenacidad y fervor puso antes en la política. Varias veces fue apresado y desterrado por las dictaduras por luchar por la democracia y los derechos humanos. Fue uno de los dirigentes de Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana (ARNE), movimiento creado en 1942, como reacción a la invasión peruana y al Protocolo de Río de Janeiro, para incentivar el amor a la nación y la transformación de las caducas formas de hacer política, culpables de esa debacle nacional. Una derecha distinta, nacionalista y anticomunista, de la que podrá decirse muchas cosas pero reconociendo que ningún partido político en la historia del país ha tenido el nivel de formación de militantes y la disciplina interna de ARNE.
Varias veces diputado, asambleísta constituyente, fue en 1968, candidato a la Presidencia de la República por ARNE, enfrentándose a tres expresidentes: Velasco Ibarra, Plaza Lasso y Ponce Enríquez. Como abogado, asesoró a organizaciones obreras y defendió las causas de trabajadores y de indios, lo que le atrajo muchas veces la ira de magnates injustos. Gran orador y ensayista, cultivó con deleite la poesía, de la que dejó un último libro inédito. Parte de esos poemas son a su amor, Laura Romo, legendaria bibliotecaria de la Casa de la Cultura, fallecida en 2011.
Tuve el privilegio de conocerle de cerca toda mi vida, pues fue hermano de mi madre. Pude apreciar sin filtros la reciedumbre de su espíritu y su cristianismo militante, aquel que no se queda en palabras sino que encuentra a Cristo y lo sirve en el pobre, el indio, el preso. No siempre coincidimos en las posiciones políticas pero siempre le quise y le admiré, como los 13 hermanos y 75 sobrinos que tuvo en esa larga tribu de los Crespo Toral.