Paradoja 1: Aquellos correístas que acumulaban riqueza a manos llenas con acuerdos entre privados, luego, con el puño en alto, cantaban al Che Guevara, apóstol de la revolución anticapitalista que planteó la creación de dos, tres Vietnams para hundir a Estados Unidos en una marea de sangre y fuego. Si hubiera resultado esa estrategia apocalíptica, el sinuoso abogado Mera no habría tenido a dónde ir de embajador.
Paradoja 2: Mesiánico, dogmático y sufridor como ninguno, hace 50 años exactos el Che marchaba con su guerrilla en harapos por la selva boliviana rumbo a su cita con la muerte mientras en la soleada California la misma maldita guerra de Vietnam desencadenaba, por el contrario, un movimiento pacifista y hedónico cuya consigna era ‘Make love, not war’.
Paradoja 3: Recién graduado del colegio fui a estudiar matemáticas puras en el San Francisco State College, donde descubrí que, en lugar de un mundo de catálogo Sears, había llegado a la meca del jipismo. Todo estaba revuelto y en Haigth–Ashbury el incienso y el pachulí no lograban disimular el olor de la hierba. Bajo la consigna de ‘peace and love’, muchachas pálidas y descalzas, ataviadas con collares y flores en el pelo, practicaban el amor libre al ritmo del sitar de Ravi Shankar, mientras otros se volaban con LSD y yo botaba a la basura el libro de cálculo integral.
Paradoja 4: Ese mismo año 67, el Partido Socialista de Chile, al que pertenecía Salvador Allende, proclamaba la lucha armada como el medio para la conquista del poder. Tres años después Allende llegaría a la presidencia por la vía electoral. Él, un político ducho, elegante y sociable, intentó llevar adelante la vía pacífica al socialismo pero terminó atrapado entre la derecha fascista y el MIR y el ala dura del Partido Socialista que, inspirados por Cuba, insistían irresponsablemente en la lucha armada. La metralleta con la que Allende combatió y se suicidó en La Moneda era un regalo de Fidel Castro.
Paradoja 5: Quien extrajo una enseñanza de doble filo de esa tragedia fue el mismo Fidel. Y se la comunicó a un azorado Hugo Chávez cuando el venezolano estuvo a un pelo de ser derrocado en 2002. Que a Salvador lo mataron porque no tenía el control del ejército, le dijo, no dejes que te pase lo mismo. Entonces, con ayuda de la inteligencia cubana para las purgas y el adoctrinamiento, Chávez logró el control absoluto de las fuerzas del orden e incorporó más generales al festín de su gobierno. Hoy, ese aparato sirve para masacrar al pueblo y sostener a la mafia en el poder.
Por el contrario, la influencia de la contracultura californiana fue amplia, persistente, vital, creativa y cambió al planeta para siempre porque el nuevo ‘feeling’ se expresó en la música, las artes plásticas, la poesía, el cine, el feminismo y nuevas formas de vida. Muchas de las cosas que se hacen y viven ahora ya estaban presentes en San Francisco en el llamado Verano del Amor del 67.