En mi ya lejana adolescencia tuve un maestro que dejó en mí una honda huella. Era un hombre extraño: nada parecía romper su austera vida solitaria, nada lograba borrar de su rostro la severa expresión de una inteligencia reflexiva. Aun en los momentos de recreo, cuando los maestros que no vigilaban nuestros juegos solían charlar completamente distendidos, él se mantenía apartado, mirando al suelo mientras paseaba en un largo corredor, o miraba a la distancia a través de una ventana. Quizá nunca veía nada en el contorno porque sus ojos, según creo, estaban realmente vueltos hacia adentro, mirando los pensamientos que nacían sin tregua en su cabeza y parecían atormentar el hermético interior de su conciencia. Por cierto, nunca sonreía.
No era raro que se apartara muchas veces de la física que debía enseñarnos, con el fin de transmitir algunas de sus constantes reflexiones. Luego pedía disculpas por haber perdido el tiempo y volvía al tema de su clase, previniéndonos que en el próximo examen deberíamos resolver problemas de aplicación de esos principios. No obstante, creo que esos momentos de reflexión fueron el único tiempo que de verdad gané en sus clases, y es probable que lo mismo podrían decir algunos de los que fueron mis compañeros. No ha sido raro, cuando he tenido que decidir cuestiones de importancia, que las palabras de aquel maestro hayan venido como una iluminación a mi memoria. Ahora recuerdo que un día dijo que “los cerebros frívolos viven de noticias” porque no saben que hablando de ellas no se apartan solamente de las ideas sustanciales, sino también de lo único que es de veras trascendente. Lo trascendente, según él, era aquello de lo cual dependía el destino final de nuestra vida, aquello que a veces nos exige con fuerza perentoria la adopción de esas decisiones sin regreso que pueden cambiar el curso de los hechos.
Hoy me parece, sin embargo, que aquel mensaje estaba traspasado de una insanable ambigüedad. Si por noticias se entiende los sucesos menudos que suelen alimentar los chismes de vecinos, es indudable que mi maestro tenía absolutamente la razón; pero ¿qué sucede cuando las noticias se refieren a los hechos que, sin estar al alcance de nuestras decisiones, marcarán inevitablemente los derroteros de la vida? ¿cómo puede ser frivolidad el detenerse a escudriñar, por ejemplo, la noticia del accidente que nos ha privado de la posibilidad de cumplir nuestros planes? ¿cómo puede serlo el comentario sobre el sentido de los actos de un gobierno que se muestra amistoso, pero aplaza la adopción de medidas sustanciales? ¿y si la noticia nos informa sobre la absolución de un valiente periodista que ha sido injustamente procesado?
Lo que mi viejo maestro no había entendido es que lo trascendente de la vida solo puede darse a través de lo pasajero; su soledad le había engañado. Machado ya lo sabía: en uno de sus inolvidables poemas dejó escritas estas palabras: “en mi soledad / he visto muchas cosas / que no son verdad”.