Cuando se produjo el fallido golpe en Turquía el año pasado, le escribí a un amigo de esa nación para expresarle mi preocupación. Lo que contestó me dejó pensando. “Tienes mucha suerte de estar en América Latina, aunque a veces no lo parezca”, concluyó luego de hacer una sombría reseña de lo sucedido en su país.
Nosotros, los latinoamericanos, tenemos tendencia a quejarnos. Nos inquieta pensar que la suerte de otros puede ser peor que la nuestra. Sin embargo, si un latinoamericano examina el mundo de hoy de manera objetiva, podrá ver fácilmente por qué muchos nos considerarían afortunados.
El terrorismo va en aumento en Europa justo cuando la guerra civil de Colombia, la última de la región, llega a su fin. Los argentinos, brasileños y chilenos de mi generación crecimos rodeados de soldados fuertemente armados que patrullaban los aeropuertos, las estaciones ferroviarias y otros lugares públicos. Hoy día, vemos lo mismo en Bruselas, París y Londres, pero no aquí. En comparación con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, algunos de los políticos populistas de América Latina parecen ser casi competentes y estar bien informados. Sin embargo, esta no es la primera vez que los latinoamericanos pueden sentirse así. Como lo expresa el cubanoamericano Carlos Díaz-Alejandro, gran historiador de la economía:
“Al analizar las décadas de 1930 y 1940, la mayor parte de los latinoamericanos podría sentirse afortunada, por lo menos de forma relativa al resto de la humanidad. La guerra civil española y la china, la segunda guerra mundial, la gran depresión en Estados Unidos, las purgas de Stalin, la dependencia política de Asia y África, las penas de la descolonización en India y otros lugares, podrían ser consideradas por brasileños y mexicanos como eventos remotos que ya no podrían suceder aquí”.
“En contraste con el frenesí ideológico, religioso y étnico en Europa, India e incluso Estados Unidos”, continúa Díaz-Alejandro, “la mayoría de los latinoamericanos de entonces se consideraban tolerantes, una visión bastante correcta por lo menos en términos relativos, como lo demuestra la gran cantidad de refugiados que encontraron asilo en la región”.
En 1948 surgió “la violencia” en Colombia; hoy en Venezuela somos testigos de la criminal persecución a sus oponentes por parte del presidente Nicolás Maduro. La represión era común en Centroamérica entonces, y sigue siendo común en Cuba hoy día. No obstante, esas son las excepciones que confirman la regla. Díaz-Alejandro habla del “reducido derramamiento de sangre que existió en América Latina en las décadas de 1930 y 1940”, lo que se repite en la actualidad. Nuestras democracias todavía son imperfectas, pero la estabilidad de la región va en aumento.