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El nuevo gobierno aún no ha cumplido 30 días y parece que estuviera ya seis meses. Los acontecimientos han sido vertiginosos y la impaciencia de los ecuatorianos está desatada. Ecuador es, al momento, el país de los nerviosos. Todo esto provocado no por los actos de gobierno, ni por la actividad de la Asamblea Nacional ni porque algo ocurra en la administración de justicia; el ritmo de las inquietudes está marcado por el exacerbado afán de interpretar debidamente cada señal del nuevo gobierno y cada reacción del viejo gobierno.
Las sospechas desatadas por los casos de corrupción y las pistas del escándalo de Odebrecht parecen a ratos meros juegos de sombras y a ratos amenazan con derrumbar toda la estantería.
En la trama de la corrupción debe haber gente que espera con temor, hecha un manojo de nervios, que se destape en cualquier momento y aparezca la lista de aquellos de “manos limpias” y de sus beneficiarios indirectos, de los intermediarios, de los chivos expiatorios, de las víctimas, de los inocentones y los dispuestos a irse jalando el mantel.
En esa misma trama también debe haber gente convencida de que las verdades demasiado grandes que pueden afectar a personas demasiado poderosas, siempre se diluyen en las sombras.
Las acciones políticas y las pistas y señales que da el nuevo gobierno son confusas y no permiten una interpretación clara. Parece inevitable una ruptura entre el viejo gobierno y el nuevo gobierno y hay señales en ese sentido.
La cirugía mayor a la corrupción parecía una amenaza para figuras claves del viejo gobierno, pero antes de explotar las pompas se desinflan.
La restauración de las relaciones con las Fuerzas Armadas, la Policía, el sector empresarial y los dirigentes sociales, podía parecer otra brecha con el correísmo, pero enseguida se baja la temperatura con una reunión que recupera al menos la apariencia de unidad de la revolución ciudadana y sus grandes figuras.
No se puede ocultar el interés del gobierno en eliminar las frases litúrgicas del viejo gobierno y desterrar términos como socialismo, pelucones, prensa corrupta y la división entre amigos y enemigos de la revolución; pero el ex presidente critica las nuevas políticas y el vicepresidente de ambos gobiernos asegura que hay un golpe de Estado en marcha.
Parece que hubiéramos caminado mucho para encontrarnos en el mismo lugar.
Las ofertas tienen que dar paso a los hechos. Nuevas relaciones con la prensa y con las Fuerzas Armadas, mantener la dolarización y cirugía mayor contra la corrupción exigen medidas respecto de la ley de comunicación, el código de seguridad, el banco central y castigo a los ladrones.
Si el gobierno no pasa a los hechos se desgastarán las promesas, los optimistas se frenarán y los pesimistas redoblarán la cautela.