Columnista Invitado
La exclusión de Estados Unidos del Acuerdo de París, concertado en diciembre de 2015, hace apenas un año y medio, es un grave revés que en materia ambiental sufren los esfuerzos que se hacen desde hace 25 años, cuando en 1992 se establece la Convención Marco para el Cambio Climático en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro( Brasil).
En 1997 se firma el Protocolo de Kyoto(Japón), que es el primer acuerdo internacional para limitar las emisiones de carbono.
En noviembre de 2014, los Estados Unidos y China, los dos países más contaminantes del planeta, logran un acuerdo bilateral de acciones para reducir las emisiones, que hace posible el Acuerdo de París en 2015.
Es cierto que el Acuerdo de París no es perfecto, como se grafica en el artículo que la revista Terra Incógnita publicó en el número 99 de enero-febrero de 2016, pero “Al fin y al cabo, a pesar de las ambigüedades, la ausencia de compromisos concretos y un lenguaje que insta, invita, exhorta, pide, alienta y que busca decir las cosas como si no las dijera, se ha logrado, luego de veinticinco años de buscarlo en vano, que los 196 países que hacen las Naciones Unidas suscriban compromisos como mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2° C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5° C, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático.” Las ambigüedades y lenguaje que es el que permite alcanzar los consensos.
El anuncio del presidente Trump no es una sorpresa. Designó como Secretario de Ambiente de su país, segundo mayor contaminante, a un ciudadano relacionado con las compañías contaminantes, que financian desde hace años las campañas para decir que el cambio climático no existe.
30 Alcaldes y gobernadores y 80 presidentes de Universidades se han rebelado a su irresponsable decisión y anuncian que en sus jurisdicciones –New York, Washington, California- aplicarán los compromisos adquiridos.
El Acuerdo de París tuvo muchos pecados, veniales unos y más graves otros: “las omisiones son increíbles: en las cuarenta páginas que tiene el documento no se menciona una sola vez la palabra petróleo. Tampoco electricidad, ni combustión, ni subsidios, ni combustibles fósiles. ¿Hidrocarburos? Ninguna…El gas natural, responsable de un 20% de las emisiones de CO2, no se nombra. Al carbón, el mayor contribuyente individual de CO2 con más de un tercio de las emisiones mundiales, tampoco.”, pero permitió alcanzar un amplio consenso que Trump pretende desbaratar, cometiendo, él, Trump, un pecado mortal que debería llevarlo directamente al infierno.