Ahora que estamos en tiempos de cambio, ojalá que el Ecuador llegue a tener otra vez misiones con diplomáticos de carrera y funcionarios con una preparación adecuada para el servicio exterior. Ojalá que nos pongamos serios en materia de política internacional y dejemos a un lado las posiciones oficiales gestadas en berrinches, dogmatismos, adulos y rencillas ideológicas.
En lugar de presumir tanto de nuestra soberanía, quizás deberíamos empezar por ejercerla. Empezar, por ejemplo, apartándonos de esos “amigos” que transitan entre las listas negras del terrorismo internacional, del narcotráfico, del tráfico ilegal de armas y de las violaciones a los DD.HH.
Comencemos, tal vez, por condenar cuando corresponda y contra quien corresponda, sin mirar ideologías o banderas, a los Estados que cometen actos criminales contra la población civil; a los que reprimen, torturan y asesinan a sus opositores; a los que censuran y restringen las libertades individuales; a las dictaduras encubiertas en máscaras y disfraces regionales e ideológicos; a quienes discriminan a los seres humanos por su condición económica, por su raza, religión, convicciones políticas o preferencias sexuales.
Recordemos que el Ecuador mantuvo a lo largo de la historia una tradición de respeto y defensa irrestrictos a los derechos humanos. Recordemos, entre otros casos dignos de resaltar y emular, la doctrina Roldós, aquel código de conducta propuesto por el ex presidente ecuatoriano, un defensor férreo del ser humano y sus derechos fundamentales, que en esta época se habría sentido abochornado por los tropezones diplomáticos en los que caímos los últimos años gracias a la intervención nefasta de la politiquería y la improvisación en la política exterior del país.
Aunque sea tarde, rectifiquemos esas vergonzosas intervenciones que tuvimos como país en las distintas Asambleas Generales de Naciones Unidas cuando votamos en contra de la condena a la situación de los derechos humanos en Irán (2009, 2010, 2012, 2014, 2015), o cuando nos abstuvimos de votar por la condena a la miserable situación de los DD.HH. en Corea del Norte (2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2014 –esta última voto en contra-), o en todas las ocasiones en que hemos protegido por vía diplomática a las dictaduras venezolana o siria por sus crímenes de lesa humanidad.
Refundemos la extinta Academia Diplomática, entidad formadora de profesionales de carrera para el servicio exterior ecuatoriano, que fuera creada en 1987 y cerrada en el año 2009 tras una de tantas rabietas personales con afán de revancha de las que fuimos testigos en la última década.
Volvamos a ser una nación de paz. Volvamos a ejercer una soberanía real, no enancada en decisiones encabezadas por el prefijo “sub”, que denota inferioridad: subregionales, subterráneas, subordinadas… Seamos otra vez un Estado vigilante del respeto incondicional a los derechos fundamentales del ser humano.