Antes de la segunda ronda de la elección presidencial francesa, DiEM25 (el movimiento paneuropeo de demócratas, principalmente de izquierda, que ayudé a fundar) prometió a Emmanuel Macron que “nos movilizaríamos plenamente para ayudarlo” a derrotar a Marine Le Pen. Lo hicimos -generando la ira de muchos en la izquierda- porque mantener “igual distancia entre Macron y Le Pen”, en nuestra opinión, era “inexcusable”.
Pero nuestra promesa a Macron tenía una segunda parte: si “se convierte en un funcionario más del establishment profundo de Europa”, intentando aplicar un neoliberalismo sin futuro ya fallido, “nos opondremos a él con la misma energía que utilizamos -o deberíamos utilizar- para oponernos a Le Pen”.
Aliviados ante la victoria de Macron, y orgullosos del claro respaldo que le brindamos, ahora debemos cumplir con la segunda parte de la promesa. Ningún período de “luna de miel”: debemos oponernos a Macron de inmediato. He aquí las razones.
El programa electoral de Macron dejó en claro su intención de continuar con las políticas laborales que comenzó a introducir como ministro de Economía del ex presidente François Hollande. Tras hablar con él sobre estas políticas, no tengo ninguna duda de que cree en ellas con convicción. Sigue una larga tradición de considerar que las restricciones legales para despedir trabajadores son las responsables de la caída del empleo permanente y el surgimiento de una nueva división entre empleados protegidos y precarios -entre empleados internos, con puestos bien remunerados y cuasi permanentes, y empleados externos, que trabajan como proveedores de servicios sin beneficios y, muchas veces, con contratos de cero horas-. Los sindicatos y la izquierda, según esta visión, son en verdad una fuerza conservadora, porque defienden los intereses de los empleados internos ignorando los apremios del creciente ejército de empleados externos.
Para Macron, un verdadero progresista no sólo debe apoyar las reformas que refuerzan el derecho de los empleadores a despedir y regentear trabajadores; igualmente importantes son las mejoras en la seguridad social para aquellos que pierden sus empleos, la capacitación en nuevas habilidades y los incentivos para tomar nuevos empleos.
La idea es simple: si los empleadores tiene más control sobre cuánto tiempo y cuánto dinero les pagan a sus empleados, contratarán a más trabajadores con contratos normales. Y la mejor red de seguridad social garantizará que haya trabajadores con las capacidades correctas.
Por supuesto, esta idea no tiene nada de nuevo. Conocida por el desafortunado neologismo de “flexiguridad”, fue implementada con cierto éxito en Dinamarca y otros países escandinavos en los años 1990.