En este espacio ya me referí a una de las mayores tragedias ocurridas en América: la guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) contra Paraguay, que redujo su población de un poco más de un millón de habitantes a no más de 200 000 entre 1864 y 1870. Una guerra que parecía fácil de ganar a un país pequeñito gobernado entonces por el dictador Solano López.
La otra guerra, la del Chaco (1932-1935), enfrentó a los ejércitos de Paraguay y Bolivia en un territorio donde las transnacionales suponían que había petróleo. De esa guerra, tal como registra la escritora Gabriela Alemán en su novela ‘Humo’, salió el personaje que gobernaría Paraguay con mano de hierro durante 35 años.
Sin oposición, bajo el amparo de un partido único y nacionalista como el Colorado, el teniente Alfredo Stroessner es uno de los oficiales a cargo de la estrategia en la guerra del Chaco.
Como Paraguay me interesa tanto como a la autora del libro, no voy a profundizar sobre la prosa impecable de la novela ni de todos los personajes que cuentan parte de la historia de ese país admirable y bilingüe (casi la totalidad de su población habla y escribe en guaraní y en español) que no tiene mar, pero fue uno de los primeros del continente en desarrollar el ferrocarril.
“Se matan en vano, en el infierno gris -salpicado de pantanos y de la espesa vegetación de matorrales y árboles espinosos- donde, a más de no existir petróleo, no hay agua”. Lo único que existe en abundancia, continúa el relato, es sed y muchos mueren de sed antes de ser atravesados por las bayonetas enemigas.
La guerra siempre saca a relucir los episodios gloriosos y heroicos. La escritora guarda distancia de aquello, prefiere citar el número de bajas de ambos lados y el total de kilómetros cuadrados que los dos países sacrificaron para alcanzar la paz.
Durante los 35 años de Stroessner todo se llamaba Stroessner: el aeropuerto, la estación del ferrocarril, el Palacio de Gobierno, las escuelas y los puentes. A través de uno de los personajes se dice que “la única industria que prospera es el contrabando y la coima”. Pero ojo, el dictador sí convocó a varias elecciones, en una de ellas ganó abrumadoramente (solo se presentó él). Para optar por un empleo público era fácil, solo se requería ser militante colorado.
De la novela me fascinó el empleo del guaraní, la lengua ancestral muy parecida o de la misma raíz del tupí-guaraní, con la cual se comunicaban los indígenas de Brasil antes de la llegada de los colonizadores portugueses. Los diálogos, de fácil comprensión, están en guaraní y ese solo detalle da a la novela una suprema originalidad. Muy acertada la mención de Ladislao Biró, un inmigrante que llegó a la Argentina e inventó el bolígrafo, de ahí la palabra birome que usan los argentinos.
@flarenasec