El tiempo es corto para ubicar al país a raíz del 24 de mayo del 2017. De acuerdo al calendario del Estado es la fecha para que se posesionen el Presidente de la República y los parlamentarios electos. No hubo problemas respecto a los legisladores, pero de manera preocupante tal seguridad no existía con relación a la toma del poder del primer magistrado hasta el recuento del 18 de abril que finiquitó la situación.
En consecuencia, los temas a concretar en el escaso período de transición son los relacionados con el nuevo gobierno: el gabinete con que iniciará su gestión; su equipo asesor, ahora conocido como círculo íntimo del poder y la agenda común o compartida con el Vicepresidente. Los nombres claves estarán en los escogidos para integrar el frente económico, las relaciones exteriores, gobierno y defensa.
En este lapso, en la legislatura ya estarán designadas autoridades y probablemente todas las comisiones. Algunas dependerán de las negociaciones entre los mayoritarios bloques de Alianza País, Creo y Madera de Guerrero. El resto de pequeños grupos por experiencia integrarán lo que se conoce como mayorías móviles o, simplemente, serán parte de un mercado de ofertas y demandas políticas o de otros géneros.
La mayor incertidumbre se cierne sobre la oposición, su ubicación en el escenario político y la administración de sus bloques en medio de una profunda crisis, donde pueden cohesionarse o por el contrario ser absorbidos por la mayoría oficialista.
Una de las grandes lecciones que deja el tortuoso camino del proceso electoral es que existen posibilidades de que se hayan abierto nuevos espacios políticos en el Ecuador. Algunos datos apoyan esta conclusión. Salvo el caso de Alianza País que dependen exclusivamente de la lactancia estatal, no existen movimientos o partidos con proyección y en cuando a los líderes de significación nacional solo cuentan, con tendencia a la baja, Rafael Correa, Guillermo Lasso y Jaime Nebot.
En lo relativo a los grupos, una conclusión es que al finalizar el correísmo quedaron eliminados los últimos vestigios de la partidocracia. En la Costa el social cristianismo ha sido barrido de sus grandes bastiones, sin perjuicio de la vigencia personal de Nebot. En la Sierra, desapareciendo los últimos recodos históricos que correspondían a la Izquierda Democrática y a la Democracia Popular.
Finalmente, el fenómeno más importante para resaltar es que los movimientos populistas agotaron la fe y la confianza popular. Esto no implica que se hayan eliminado las prácticas clientelares ocasionales: líder tarimero, capacidad de convocatoria y perspectivas electorales; pero las posibilidades que surja un nuevo Atila han desaparecido. Un fenómeno que deja la experiencia es la importarte protesta juvenil y ciudadana por las sospechas del fraude. No solo eran por el binomio Lasso –Páez. Fueron mucho más. Tenían un aire de aquel mayo de 1968 en París.