Como si regresara de un largo viaje, regreso ahora a esta columna después de una accidentada ausencia que incluye cirugías, hospitales y doctores, y regreso con muchos desconciertos. Habría querido reencontrar a mi país en condiciones de marchar por nuevas rutas hacia la superación de sus viejas desigualdades e injusticias, pero lo encuentro aun más fracturado que antes. Lo primero que se me ocurre ante este panorama es decir que estamos entre Escila y Caribdis, y pienso que al decirlo no estoy exagerando.
En la visión del mundo que fue propia de los griegos, Escila y Caribdis eran dos monstruos que resguardaban un estrecho paso entre dos enormes rocas. Algunos estudiosos han identificado aquel paso con el estrecho de Mesina, entre Calabria y Sicilia; Homero habla de él en el Canto XII del segundo de sus grandes poemas, dedicado a relatar los esfuerzos de Ulises por regresar a su patria después de la guerra de Troya. Escila era un animal monstruoso que tenía seis cabezas de perro con rostro y pecho de mujer; Caribdis se presentaba bajo la forma de un gigantesco remolino del cual era imposible sustraerse. Navegar entre Escila y Caribdis era entonces navegar hacia una muerte cierta, porque si alguien lograba librarse de uno de esos monstruos, iría irremediablemente a sucumbir bajo el poder del otro.
Quien quiera conocer cuál fue la astuta estrategia de Ulises para pasar al otro lado sin perecer, consulte la Odisea. Lo que a mí me interesa no es discurrir ahora sobre la literatura antigua, sino identificar a esos monstruos que parecen estar asechando a los ecuatorianos, dispuestos a sacrificarnos sin misericordia.
Para nosotros, Escila es el Miedo y Caribdis la Impudicia. Condenados por unos dioses malignos y vengativos a navegar por una historia llena de tropiezos, hemos llegado a este paraje y nos sentimos acosados por el Miedo a la inseguridad y la miseria, por el Miedo de que nuestros actos, nuestras palabras, incluso nuestros pensamientos, nos hagan reos de delitos que se nombran con palabras ominosas en las pesadas leyes de estos tiempos, y sobre todo, por el Miedo a los cambios necesarios. Pero tan pronto como pretendemos escapar del Miedo, caemos en la Impudicia. Mentimos con cinismo, nos aprovechamos de sospechosos laberintos legales, agregamos a los actos más simples segundas intenciones, disfrazamos de inocencia sorprendentes perversidades y violencias, traiciones y ambiciones.
¿Cómo vivir entonces una vida capaz de abrirse a un mejor futuro? ¿Cómo responder positivamente a una época que nos ofrece por igual posibilidades increíbles y terribles amenazas? No hay más que una salida para nuestras angustias, y consiste en decidir de una vez que seremos libres, como Espejo quiso que seamos. Decidir que seremos libres significa no solamente vencer todas las formas de dependencia, sino también desafiar al Miedo y a la Impudicia, que solo pueden prosperar en la medida en que el estado siga siendo un Ogro amenazante provisto de mil ojos.