Nos han quitado muchas cosas. Nos han quitado demasiados símbolos, demasiadas palabras y hasta han intentado adueñarse de algunos conceptos. Hay que recuperarlos porque no son exclusivos de ellos, sino son de todos.
Lo más folclórico ha sido quitarnos el símbolo que representa el sombrero de paja toquilla de color blanco que antes representaba el gran trabajo de los artesanos tanto de Montecristi como del Azuay, un sinónimo de elegancia, una señal del buen vestir, que ahora ha sido denigrado a representar la más impresionante e improductiva vagancia del abrazador de árboles, del señor que come fruta al mediodía, que ha transformado a ese noble sombrero en su más evidente distintivo. No es justo, ni con el sombrero, ni con quienes lo podríamos usar. No es justo y hay que recuperarlo.
Las palabras “patria” y “soberanía” también han sido feamente secuestradas. Y esos conceptos no son propiedad de nadie porque justamente la “patria” es lo que todos tenemos en común, es lo que nos hace parte de algo más grande que la suma de los individuos, es un concepto que por principio debe ser el paraguas bajo el cual nos podamos cobijar todos los ecuatorianos. Y no es que “ya” es de todos, porque “siempre” lo fue. Y cualquier intento de excluir al alguien de ese paraguas es ilegítimo, es como un robo.
Lo de la “soberanía” es un poco distinto, porque se acerca más a un engaño que a un robo, pues es el intento de convencernos que por ser duros con los EEUU, somos más soberanos que antes. Es como querer vendernos la idea de que por darle asilo al señor Assange, ahora estamos emancipados, libres de todo yugo, dueños de nuestro futuro.
Nos quieren convencer que, a pesar de haber triplicado nuestra deuda externa entre 2010 y 2016, hoy somos más soberanos que antes, como que estar más endeudados nos hiciera más dueños de nuestro destino.
Y “Patria tierra sagrada”, esa lindísima canción, antigua, escrita por don Manuel María Sánchez cuando la patria pasaba por épocas duras, canción que hace mucho, mucho tiempo, pasó a ser patrimonio de todos los ecuatorianos y no de unos pocos, no de un grupo ni de ningún partido político. Ojalá algún día podamos volver a cantarla, con el respeto y cariño que se merece la patria, pero también con la sensación de cantarle a algo que es de todos y no sólo de los que quisieron robarnos la canción.
También está el pobre color verde claro, hoy conocido como verdeflex, que hoy difícilmente puede disociarse de quienes quieren adueñarse de él y adueñarse lo que significa: naturaleza y esperanza.
Pero hay una palabra de la que nunca se apropiaron. Nunca se adueñaron de la palabra “libertad”. El problema es que en este caso lo que nos quitaron no fue la palabra, sino la libertad misma. Y ahora hay que recuperarla. Y los conceptos robados también.