Las elecciones mostraron, una vez más, la tendencia marcada de una política sin partidos, o con ellos debilitados, como si eso fuera posible.
Y parece que lo es. Al menos en el Ecuador de esta época, donde la demolición de las instituciones a la que hemos asistido con el beneplácito de la mayoría de los ciudadanos – avalando la situación con sus votos – ya no tiene en los partidos bases firmes ni sostiene en el equilibrio de poderes al modelo de democracia. Varios de esos partidos no pudieron, no supieron o no quisieron conservar sus ideologías y organización y privilegiaron el acceso al poder.
Pero ya se ha repetido que partidos esenciales en la construcción de la República, como el Conservador y Liberal, primero; el socialista, luego; las corrientes populistas del velasquismo y el CFP y sus fuertes caudillos, sucumbieron ante el paso inmisericorde de la historia.
Así, en la última elección dos movimientos y un partido fueron los más votados. Alianza País, con la fuerza avasalladora de su líder, su discurso y diez años de una revolución ‘a su manera’, no solo acaparó poderes, sometiendo bajo su égida al legislativo y a la justicia – la ya proverbial metida de manos – sino que inventó otros poderes de dudosa independencia -o, mejor, de probada dependencia- y liquidó de un tajo la representación y representatividad de la izquierda tradicional y la centro izquierda. Quedan sus vestigios y una mínima participación congresal (Pachakutik e Izquierda Democrática). Pachakutik, movimiento con razón de ser propia pero dividido por el ejercicio contundente del poder imperante.
La ID, resucitada por la dedicación de su única representante de votación nacional, testimonio de lo que fue uno de los últimos partidos organizados. Y Unidad Popular – el viejo MPD – no obtuvo curul alguna.
De los partidos queda el Socialcristiano (tercera fuerza). Fundado por Camilo Ponce, como escisión conservadora, puso en el poder en tiempos diferentes a dos presidentes: al propio fundador y a León Febres Cordero. Hoy con presencia nacional relativa y un bastión potente, Guayaquil, donde Jaime Nebot ejerce liderazgo e influencia.
La otra fuerza emergente, que pasó a la segunda vuelta con AP y se constituye en el segundo referente nacional en número de votos, es la alianza de Creo y Suma. El movimiento que construyó y lidera Guillermo Lasso, en su búsqueda por la Presidencia y el movimiento del alcalde de Quito, Mauricio Rodas. Ambos movimientos tiene un corte de orientación centro-derechista y derechista, con el sello inconfundible del liderazgo personal sobre la estructura partidaria tradicional o ideológica.
Y luego, tierra arrasada. El Partido Sociedad Patriótica, con el sello de Lucio, con magra representación. Fuerza Ecuador, de Dalo Bucaram, con una única asambleísta, Centro Democrático, Avanza y Concertación, sin parlamentarios.
El centro no tiene sitio entre el populismo de AP y la corriente de derecha.