El espíritu de Benjamín Franklin, que debe pulular por el corazón de todo el territorio estadounidense, debe estar horrorizado al ver que su gran obra pende de un hilo, por la irrupción abrupta de Trump al escenario político de Estados Unidos, en calidad de primer magistrado; un abismo insondable se abre entre estas dos figuras de la política; Franklin, un filósofo, pensador de talla universal, de mente versátil, cuyas ideas tuvieron resonancia en la Francia de la Ilustración; Trump, un vulgar político autoritario, de oscura y siniestra ideología, de su comportamiento compulsivo, se ha nutrido la televisión para erigirle como figura de carácter mundial.
Franklin, agitó el sentimiento nacionalista de un pueblo en estado embrionario, con sed de abrazar una identidad propia y catalizó esas aspiraciones, respaldado en la grandeza de sus pensamientos, para construir una gran nación; Trump ha exacerbado el nacionalismo norteamericano, pero de un pueblo ya maduro y donde la agitación de ese sentimiento, en un mundo que persigue cada vez más la integración puede resultar en un anacronismo que conduzca a la destrucción de esa gran nación. Franklin en cierta etapa de su vida, se volvió vegetariano para ahorrar dinero y comprar libros; Trump posiblemente leyó únicamente libros que ensalzan el poder y adiestran a la sumisión. No olvidemos el refrán “No hay hombre más peligroso que el de un solo libro”.