Esa sensación de llenura, la descomposición de estómago, los malestares y los insufribles retorcijones del empacho, son algunos síntomas que padece la muy ponderada democracia. Una muestra, entre tantas, fue la última gesta política vivida en EE.UU. –dizque- el país más democrático del universo, que nos mantuvo, durante semanas, como estoicos espectadores de sórdidos debates entre dos de los más “selectos” representantes de su vocación democrática.
Nunca miramos discusiones de altura, de manera alguna; más bien, presenciamos una bronca incruenta, sí violenta y de paupérrimo contenido, de superficialidad absoluta. Lo execrable es que en el ámbito ecuatoriano, en mucho, se imita lo que sucedió allá; pero aquí se manifiesta un empacho aún más grave, porque en número y en categoría pendenciera, verdaderamente, les estamos superando (bueno, qué gran consuelo, ¡ya en algo somos mejores!). Dios no quiera: si pusiéramos a debatir a nuestros criollos contendientes, sí que, con las actitudes mostradas, correría sangre, con todo lo que se dicen y con el baratillo de ofertas que vociferan, cualquier debate podría ser catastrófico, a no ser que resulten –como dicen por allí- puros “buche y pluma”.
Se ha cacareado tanto de la democracia, que sufrimos empalago. Se la ha defendido a la saciedad por izquierdas y por derechas, por el centro y por los extremos (a pesar de que hoy no sabemos quién mismo es quién), que se la ha hartado y, en ese hartarse, se la ha mancillado y se ha abusado de ella. Lo que no se ha hecho es honrarla, mostrar con acciones que se la enaltece, que se la respeta tanto como lo predican.
Los candidatos acuden a los más demagógicos ofrecimientos: dar –en cuatro años- millones de empleos, bajarnos impuestos, atraer la inversión extranjera, como si eso fuera la panacea ¡peor aún! bajo las viles condiciones a las que nos sometían antes, por ejemplo, llevándose el 90% de nuestro petróleo y dejándonos la paupérrima migaja de un triste 10%… ¡por llevarse graciosamente nuestro mejor recurso! ¿A esa “inversión extranjera” se refieren? Así, en esas circunstancias, cualquier extranjero invierte en el Ecuador de los campeones democráticos.
Con frecuencia nos preguntamos: “¿qué sucedería si en este paradisíaco país las elecciones fueran optativas y no obligatorias?”… ¿Asistirían los ciudadanos mayoritariamente a las urnas? No, no somos ilusos ni olvidadizos o… ¿quizás sí lo somos? Con otras formas, pero han retornado el “pan, techo y empleo”, “la fuerza del cambio”, el “ahora le toca al pueblo”, el “desde abajo hacia arriba” y otras pujas de demagogia indigesta, que empachan a la pobre democracia que hoy clama por defensores auténticos, por conciudadanos preparados, por patriotas de nuestro tiempo que enarbolen con dignidad el emblema de lo que dicen defender.
Columnista invitado