Se requiere bastante guasa de parte de los altos funcionarios de la RC para afirmar –sin ruborizarse– que el exministro y el exgerente de Petroecuador eran gente honesta, pero que, pobrecitos, sucumbieron ante las enormes cantidades de dinero que circulan en los negocios petroleros. Recuerda aquel cuento de lo fácil que es mantenerse virgen en un convento de claustro, pero lo difícil que resulta en una sala de diversiones.
La optimización de la refinería Esmeraldas -dejando por lo pronto de lado lo relativo a la venta del crudo – pasará a la historia como uno de los atracos más descarados, en el cual los sobreprecios y las coimas han llegado a extremos inauditos. Debido, fundamentalmente, a un gobierno que ha pasado 10 años sin fiscalización y cuyos actos de corrupción se han cubierto con toneladas de impunidad. Se ha creado una sensación de seguridad en el cometimiento de actos dolosos que no traen consecuencia para sus actores y se convierte en incentivo para cometer otros. Los hechos fraudulentos del ex ministro y ex gerente de Petroecuador serían una pequeñísima parte de lo que esconde el caso refinería Esmeraldas, afirman quienes han investigado los contratos. El propio Contralor, que parece haber despertado a medias de esa larguísima soñolencia de 10 años, afirma que está examinando contratos por un valor de 2.200 millones de dólares, cifra descomunal para la optimización de la refinería, cuyos resultados reales tampoco se conocen, porque la propaganda del gobierno carece de toda credibilidad.
Y claro, en la desesperación de mantener el poder para cubrirse las espaldas, se propone un cínico “pacto ético” para condenar los paraísos fiscales, como si con esa medida se acabaría con la corrupción.