Hace un par de semanas asistí a una conferencia en Sevilla-España. Una hermosa ciudad que fue la sede para el intercambio y sano esparcimiento científico.
Ahí como parte de las charlas magistrales un científico humilde, motivador, divertido y sobre todo inspirador presentó sus investigaciones dedicadas al diseño de máquinas moleculares. Más que su presentación, lo inspirador fue su manera de dirigirse al público.
Tratando de comunicar un mensaje, más no imponer. Ese equilibrio exacto entre la seguridad que te otorgan los años de conocimiento acumulado, y esa verdadera humildad que los triunfos y fracasos moldean.
Como si fuera poco, me desayuno la noticia que es uno de los ganadores del Nobel de Química 2016. El hecho de haberlo conocido y escuchado hizo la noticia especial. En el sentido de que comprendí que los Nobeles son gente como tú o como yo.
Lo que les hace diferentes son las circunstancias, pero sobre todo su capacidad por trabajar y esa curiosidad infinita mezclada con una insolente negación a pensar que existen cosas imposibles.