El Ministerio de Trabajo divulgó una normativa que permite regular el teletrabajo, permanente y parcial, en el país. En la presentación no faltaron los discursos revolucionarios: “proponemos el teletrabajo como una forma que revolucionará la manera de trabajar, de producir y de proyectarnos hacia el futuro”.
Pero el teletrabajo no es algo nuevo. En EE.UU., por ejemplo, se menciona que esta modalidad arrancó en los años setenta, durante la crisis del petróleo, como medida para evitar los desplazamientos de los trabajadores hacia el sitio de trabajo y optimizar el uso de las telecomunicaciones. La misma Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Unión Europea ya establecieron su alcance a fines del siglo pasado.
En fin. Esta revolucionaria normativa está en marcha y se espera que las empresas la pongan en práctica, para permitir que hasta el año 2018, “al menos 76 000 empleados estén cobijados por el teletrabajo”.
Pero precisamente el tema laboral es uno de los aspectos en los que menos ha evolucionado el país. Una muestra de aquello es lo que hace un par de semanas publicó el Foro Económico Mundial en su reporte sobre competitividad. Una de las tareas pendientes que tiene Ecuador aborda este aspecto.
Para ello, solo hay que ver la agenda que ha puesto en marcha este Gobierno. En abril del 2015 se aprobó la Ley de Justicia Laboral, con lo que se eliminó el contrato a plazo fijo. La consecuencia fue que las empresas dejaron de contratar empleados, pese a que el objetivo apuntaba a lograr estabilidad laboral.
La eliminación del trabajo por horas o el alza del salario básico más allá de la productividad son aspectos que forman parte de esa larga lista de decisiones que han mermado el desempeño productivo. Eso, sin mencionar que los derechos de los trabajadores también se han afectado al poner límites en sus utilidades.
Aunque el tema de fondo indiscutiblemente es cómo generar más empleo. En momentos en los que el maquillaje está de moda, el teletrabajo no es la única vía para lograr esta meta.