Se ha ido un grande de la historia moderna. Padre fundador del Estado de Israel, Shimon Peres falleció, nonagenario, la semana pasada. Su figura, alabada por unos pero también cuestionada por otros, deja una profunda huella en su país. Israelita nacido en Polonia y de raíces sefardíes, inició su prolongada andadura política desde muy joven de la mano del histórico líder Ben Gurion. Abrazó a la Social Democracia como su ideología política, aunque, todo hay que decirlo, terminó aliándose a Ariel Sharon, la derecha extrema, en sus últimos años.
Mucho aportó para la consolidación y el desarrollo de Israel como Estado. Fue diputado, ministro de Finanzas, Defensa y Relaciones Exteriores, Primer Ministro y, finalmente, Presidente. Fue un fervoroso impulsor de la tecnología y el conocimiento que permitieron a su país llegar a los altísimos niveles de desarrollo que disfruta y, al mismo tiempo, fue un decidido líder del fortalecimiento militar, al extremo que muchos lo consideraban el “halcón laborista”.
A pesar de que en su momento no dudó en bombardear el sur del Líbano (1996), causando muerte y destrucción, y de que promovió asentamientos judíos en Palestina en flagrante violación de convenios internacionales después de la guerra de 1967, su legado histórico más visible ha sido su retórica pacifista con los vecinos de Israel.
Promovió los acuerdos de Oslo con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1993 y alentó el diálogo para resolver la cuestión Palestina lo que le valió el premio Nobel de la Paz junto con Rabin y Arafat. Lamentablemente los acuerdos quedaron en el papel, no se cumplieron.
A su sepelio asistieron líderes mundiales entre ellos los presidentes Obama, Hollande, el rey Felipe VI, y un personaje de excepción inesperado: Mahmoud Abás, presidente de Palestina. Todos rindieron tributo a Peres y resaltaron sus virtudes, obviamente nadie recordó sus excesos.
El extremista primer ministro Netanyahu habrá pasado tristes y amargas horas al constatar la solidaridad mundial con su país a causa de la desaparición de un personaje con una imagen de hombre de paz y de tener que estrechar la mano de su enemigo a cuyo pueblo, el palestino, quiere exterminar.
Solo la muerte de un hombre con esa aurea de paz como Peres pudo abrir un breve paréntesis de conciliación entre líderes que de una u otra manera –y no me refiero solo a Israel y Palestina sino a los demás que estuvieron presentes- pudiéndolo han sido incapaces de detener la sangre y la destrucción que impera en esa región del mundo.
Que no sean más muertes de líderes o de soldados y civiles, de mujeres, niños y ancianos, las que abran estos efímeros periodos de conciliación. Que no haya más muertes y que la paz sea permanente.