Vivimos de insignificancias tan bellas por su sencillez y claridad, que el evocarlas llena de sentido el presente. Así, el poema de Antonio Machado titulado “El viaje”, sobre el amor, la partida, la ausencia; el regreso, el olvido, dice, con admirable simplicidad:
“-Niña, me voy a la mar. // -Si no me llevas contigo, / te olvidaré, capitán. // En el puente de su barco / quedó el capitán dormido; / durmió soñando con ella: / – ¡Si no me llevas contigo!… // Cuando volvió de la mar / trajo un papagayo verde. / -¡Te olvidaré, capitán! // Y otra vez la mar cruzó / con su papagayo verde. / ¡Capitán, ya te olvidó!”.
Su hermosa factura contagia emoción, gracias a la forma que en él adopta su contenido que, aunque gastado y común, cobra en los versos, como en la experiencia de cada uno, una dimensión estética y vital irrenunciable. El papagayo verde sitúa la gracia de la infancia en el corazón del poema, y ya de ida, ya de vuelta, pone el color y el exotismo del viaje en estos versos como símbolo de la gratitud, la ingratitud, el recuerdo, el olvido; quizá, en la mente del poeta o en la del lector, el ave evoque también la banalidad de viejas palabras aprendidas y repetidas, cual las de la cotorra, mecánicamente.
Otro poema de un solo verso, escrito en aciagos momentos en la vida de España y de Machado tiene, en su sencillez, enorme fuerza. El poeta, hombre bueno (“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”, se definió a sí mismo) de filiación republicana, vivió el inicio de la atroz guerra civil española en Madrid de donde salió, urgido por poetas amigos, para evitar que lo asesinaran, como lo hicieron con García Lorca; pasó a Valencia y luego a Barcelona, ciudad donde escribe, y relee a Cervantes, Dostoievski, Dickens, Rubén Darío, Bécquer… Cuando esta ciudad, víctima de diarios bombardeos, se pierde para la república, huye, en medio del inmenso dolor del fracaso, con su madre de ochenta y ocho años, un hermano y su esposa, junto a cientos de españoles que desertan de la España vencida. De masía en masía pasan las noches de la huida… Atraviesan los Pirineos, mientras la madre enferma pregunta cuánto falta para llegar a Sevilla…, y llegan a Collioure, un vivo y claro pueblecito francés. En el largo y desesperante viaje, -enero-febrero, 1939- Machado contrae una neumonía y en el pequeño hotel de la familia Quintana, cuya dueña los recibe con generosa apertura, a las cuatro de la tarde del 22 de febrero, el genial poeta muere de una neumonía. Su madre morirá tres días después.
Al reorganizar la vida tras la doble partida, el hermano arregla ropas y enseres humildes y halla en el bolsillo de la chaqueta de Machado un papel arrugado, en el que lee: ‘Estos días azules y este sol de la infancia’.
¿Cabe mayor significado que el de estas palabras en el amargo trance de la huida y la muerte? El sol, el azul del cielo, la infancia y ese “Adiós, madre”, que fue la última frase que Machado pronunció en la tierra, ya sin dioses y sin esperanza, ¿pueden iluminar más?