La Modernidad tardía se desenvuelve en un escenario universal y en aquellos de cada sociedad en particular. Más allá de las directrices morales propias de cada cultura, existen principios éticos universales como el respeto de los derechos humanos, por encima de todo lo actuado. Y esto en lo educacional, lo sanitario, lo político, lo económico, etc. Un penoso punto de partida de un gobierno radica en un determinado fundamentalismo, que discrimina a los ciudadanos entre partidarios y no partidarios; que esconde la testa en la arena burocrática para ignorar lo evidente; que camufla la crisis como “revolución”, al tenor de una simple trifulca terminológica; que decreta el significado de las cosas; que autoriza el comentario y la acción aduladora al régimen (intermezzo mamífero) y condena la racionalidad; que manipula cifras para ajustar las cosas hacia los indicadores que le son convenientes.
Por lo precedente, los actos de todo gobierno deben ser rigurosamente auditados y juzgados, y sus actores obligados a comparecer, sin opción a escapar.
Las novelerías del siglo XXI (eufemismo piadoso), simples populismos electoreros, no son siquiera doctrinas, como tampoco están sujetas a polémica, por la evidencia histórica de su fracaso, repetido una y otra vez en las desafortunadas sociedades que han tenido que soportarlas.
El hada madrina de estas corrientes es la ignorancia. La inteligencia duerme el sueño de los siglos en los amables brazos de la ignorancia.