Cuando un gobierno multiplica condenas a los que no ven las cosas del mismo modo o revelan hechos que le contradicen, es signo de
que se agotan sus ideas.
Es caricatural calificar de agentes de
la CIA (entidad de “inteligencia” de EEUU) a periodistas que muestran la corrupción
o las incoherencias de políticas o de gastos gubernamentales.
Uno de los críticos sitios web convirtió a la acusación gubernamental en una medalla.
Revirtió los sentidos, lo que convierte en delusoria y risible a la autoridad: “tome una carta de afiliación a la CIA”. Así, miles ya dicen “yo soy de la CIA”, en solidaridad con los acusados, el sarcasmo alienta la contestación.El gobierno recurre al discurso de la paranoia de la izquierda propia de la “Guerra fría”, cuando en efecto los EEUU pretendían todo controlar y frenar a la izquierda revolucionaria. Pero ahora los discursos antiimperialistas de Correa sirven a conservar su control sobre cierta izquierda, pues en los hechos las relaciones con EEUU no andan mal.
Alimenta la mentalidad paralizante de América Latina por la cual la CIA hace y deshace todo. Aquella izquierda de mentalidad religiosa, que quiere llegar al paraíso por decreto, le encanta el complot de los “malos” que justificaría no lograr el paraíso y que evita cuestionarse.
Se mata así la comprensión de la dinámica social y de la lucha social, lo que quita responsabilidad al gobierno, al partido o a la ideología o a los actores internos de sus implicaciones en la realidad actual.
Esta construcción de la irresponsabilidad gubernamental resulta simplista, revela falta de innovación política para enfrentar la realidad de un gobierno que no es lo que debía ser, ahora que quiere justificar lo que fue propio del neoliberalismo del XX como propio del socialismo del XXI.
Uno piensa al ego de Correa que le hace verse a sí mismo como “redentor”, una entrada al autoritarismo y al simplista complot. Pero ahora, lo hace racionalmente. Se asemeja a lo que hacen las dictaduras islámicas, africanas o de la exUnión Soviética que quieren el monopolio de la razón para eternizarse en el poder y ocultar lo indecible, tal la corrupción.
Así, ya no todo es fruto de la paranoia del redentor. Una vez el sistema de control de la sociedad creado, uno ve hilos del autoritarismo y con el tiempo el empobrecimiento de ideas. Y ¿qué se quiere esconder?.
Las políticas recientes social- liberales justificadas en el terremoto, venían de antes. La prensa crítica lo demuestra. A los rumores de corrupción que el gobierno considera son complot, esa prensa demuestra que son hechos.
¿Es necesario desprestigiarse más y terminar tan mal con esas condenas? ¿Hay tanto que esconder?