Los brasileños y ecuatorianos dan golpes de Estado legales, refrendados por el Legislativo. Pero si hay complot no funciona sin una pérdida previa de la legitimidad gubernamental y sin la protesta en la calle que la hace evidente y permite la expresión de varios descontentos.
En el caso de Dilma Rousseff, el Parlamento brasileño hace de la democracia una caricatura, aunque siga los procedimientos previstos, pues la suspende sin una causa seria y lo hace una mayoría de personas reñidas con la ética púbica. Ella es el chivo expiatorio del rechazo al Partido de los Trabajadores (PT)y a Lula da Silva en particular. Imposible no solidarizarse con Rousseff.
La izquierda ve todo como un complot de derecha, cuando es un hecho la corrupción y la perdida de legitimidad del gobierno.
Ver los hechos y definirse ante ello es lo conveniente. La deslegitimación, cuando llega, es lo más poderoso para acabar con un gobierno, aún más en sistemas políticos con inestables instituciones como las ecuatorianas.
Todo se pierde cuando el descontento llega. La clase media en particular pasó de seguidora del PT y beneficiaria de sus políticas o del crecimiento económico, a ser su radical oponente, ahora que el horizonte de esperanzas y promesas excesivas resulta imposible.
Además, el escenario político brasileño crea la vergüenza pública que lleva a ver culpables en todos y ciertamente a la desconfianza política. A lo mejor Brasil está construyendo las bases para una ‘primavera política’, como otras en el mundo ante el descontento de la política. Por la corrupción y porque no hay en quien confiar, la palabra de unos y otros adolece de transparencia.
El Brasil que deja el PT no es muy honorable. Su lucha contra la pobreza será reivindicada por algunos pero la mayoría ya lo condenó.
Rousseff tenía apenas 12% de aceptación.
El plan del PT no era un cambio radical, sino una alianza del trabajador con el capital, pero con inclusión política y menos pobreza. Veía mejor llegar al gobierno para realizar estas políticas que dejarlo a la derecha. Eso implicaba hacer alianzas con otros partidos. Lula lo hizo con la derecha. Primero con la compra de votos, luego con ministerios y otros puestos. Eso se reforzó con Rousseff.
Para eso, la corrupción fue el medio principal, no solo con Petrobras. También servía para la campaña electoral. Los ‘recogedores’ se enriquecieron e convirtieron a la corrupción en modo de vida. Lula, ícono de la causa popular, termina como gran traidor. Entre otros tenía un lujoso departamento. Los dos brazos ejecutores de Lula están en la cárcel. Pero uno de ellos, ya en prisión, recibió más de mil millones de dólares por hipotéticas consultorías con Petrobras. ¡En la cárcel!
Eso dice todo de un sistema inadmisible. Luchar contra la corrupción es un mínimo de sentido de responsabilidad pública.