Hugo Burgos, Antropólogo. La llegada de un año nuevo en la marcha de la ciudad hacia los tiempos convulsionados del orbe, amerita una reflexión que –bien quisiéramos- fuese una representación alegórica o emblemática de un conjunto urbano que se proyecta sin parar hacia un futuro.
Eso, como parte de un contexto económico, político y cultural que, sin duda, tiene complicaciones, pero que se eleva con las raíces de una identidad indígena-española-africana.
Analizando la historia de Quito, como antiguo nombre del país o su ciudad capital, se nos antoja parecerse a la interpretación de una sinfonía musical tocada a lo largo de centenares de años. Pieza que los maestros nos han convencido que tiene cuatro movimientos, cada una con su estructura y tiempo.
Alegro-sonata, lento con tema y variaciones, movimiento ternario o “scherzo” y un movimiento rápido o “rondó”. Como que Beethoven se hubiera inspirado su 9ª. Sinfonía en esa historia de Quito, alegre y lenta, rápida y violenta, para finalizarla con orquesta, coro y solista, como son sus moradores.
Estos efluvios parece que se han repartido a lo largo de una historia compleja. Han guiado a un notable país ecuatorial, marítimo y amazónico, Ecuador.
No tiene dimensiones territoriales tan grandes como sus países vecinos, pero en el juego de las relaciones internacionales ha mantenido su prestigio de respetabilidad y conciencia política hacia los problemas mundiales. Quito misma es la identidad de ese país vernacular al que la naturaleza le dotó paisajes insondables y volcanes indomables; y tocó que fuese también el primer conglomerado americano que se expresara por la independencia de Europa.
Todavía es Quito objeto de intensa búsqueda del sol y de la línea ecuatorial, de su pasado barroco nacido en la Contrarreforma española, con sus pueblitos de las “cinco leguas”, con su capilla y santo patrono, con sus toros de pueblo y procesiones, con el sonsonete quichua de la banda popular en las procesiones.
Testigo y hacedor de cultura y civilización, adornado que fue con dos lagunas cuaternarias (Turubamba y Añaquito), por donde pasará o se hundirá el metro del futuro.
En términos de arqueología histórica y etnohistoria, la urna del conocimiento no se ha llenado ni a la mitad, al tanto que países del mundo saben más de Quito que nosotros.
Al tiempo que se ha elevado en su orgullo, también se ha visto envuelto en quimeras, sosteniendo fábulas, que han llegado al puesto donde toda sociedad crea o inventa sus héroes culturales: su mitología. 477 años de fundación colonial hispana, 40 años de ocupación de los gobernantes incas, muchos siglos de interacción cultural con civilizaciones del norte y del sur, hicieron de Quito el antiguo epicentro del cruce de nuevas culturas y productos.
A esta época, ningún académico que se respete estará en condiciones de sostener la existencia de los llamados Schirys, o que Quito fuere fundada solo por españoles, habiendo dos ocupaciones anteriores que culminaron con la ciudad inca en construcción y en guerra, como la encontrara Don Sebastián. Atahualpa fue, sin saberlo, el artífice de la sinfonía incompleta .