Las todopoderosas empresas petroleras y las de servicios petroleros disponen de un excelente equipamiento principal y auxiliar de última generación, que son incorporados en la implantación urgente de sus facilidades temporales o permanentes, aún en las zonas más recónditas de los otrora incontaminados ecosistemas orientales.
Sus campamentos de construcción son capaces de alojar a centenares de trabajadores, prácticamente en un abrir y cerrar de ojos. Y cuentan, entre otros, con dispensarios médicos de campo y sus respectivas ambulancias, servicios de preparación y suministro de alimentación, campers para profesionales y amplias carpas para alojamiento del personal con las comodidades necesarias, incluyendo aire acondicionado, bloques de duchas y baterías sanitarias con sistemas de tratamiento de aguas residuales, y, por supuesto, plantas potabilizadoras compactas y de fácil transportación.
Por esto, resulta indignante el hecho de que estas empresas, que han lucrado en miles de millones de dólares con uno de nuestros recursos no renovables por más de 40 años, generando incluso los dos infamantes ‘booms’ o ‘festines’ petroleros, no se hayan dado por aludidas ni se hayan conmovido ante la gran desgracia de los compatriotas de Esmeraldas y Manabí, que resultaron afectados por las terribles consecuencias y secuelas del terremoto del 16 de abril.
Hasta la presente, no se tienen siquiera noticias ni se verifica en los sitios afectados que por lo menos alguna de esas multimillonarias empresas, que cuentan cada una con pomposos y carísimos departamentos de Responsabilidad Social Empresarial y/o de Relaciones Comunitarias, no hayan planteado y conseguido de parte de sus respectivos directores que cesen de pensar momentáneamente en réditos económicos y se conmuevan y se solidaricen, tal como lo hemos hecho el resto de ecuatorianos, que aún carentes de una adecuada dirección administrativa, operativa y aún política emanada por el que debería ser nuestro líder y estadista, nos hemos transformado en un flujo incontenible de voluntad y hermandad ante esta terrible crisis.
Se podría haber esperado que las tan necesitadas plantas potabilizadoras y/u otros equipamientos auxiliares pertenecientes a esas empresas, que a la fecha, por reducción casi absoluta de nuevos proyectos petroleros se encuentran almacenadas y oxidándose en sus campamentos, hubieran sido asignadas bajo préstamo temporal. O, por último, tal como resulta “apropiado” para esa industria, bajo contratos con precios asequibles a alguno de los gobiernos seccionales u organismos de socorro que diariamente luchan por tratar de atender una de las más urgentes necesidades de los habitantes de las zonas de desastre , que incluso en las vías de acceso y con rótulos improvisados claman por un poco de agua.
¿Será por todo esto que al crudo lo llaman apropiadamente la ‘sangre del diablo’?