Durante algunos días, el Gobierno tendrá un país políticamente calmado. El terremoto del sábado causó un cataclismo anímico, una sensación de que nada puede ser más importante que ayudar a las miles de personas que solo tienen nuestra solidaridad para reconstruir sus vidas sobre los escombros.
El que corre es un tiempo valioso; aún se pueden salvar vidas, recuperar cuerpos y darles una digna sepultura. Ayudar en lo que se pueda para hacer más llevadera esta pesadilla. Las miles de muestras espontáneas de solidaridad de nuestra gente nos motivan; el Ecuador es un gran país.
El presidente Rafael Correa tiene la posibilidad, a partir de la devastación de las ciudades manabitas, de reconstruir las relaciones políticas que durante tantos años se deterioraron por esta frenética agenda de polarización, confrontación y permanente fabricación de enemigos.
El sábado, a las 18:58, terminó para el Mandatario el tiempo del voluntarismo y el cálculo electoral. Hoy necesita dirigir todos sus esfuerzos a la reconstrucción de la Costa, que pasó a convertirse en la urgencia más importante para todo un país. Si estas calamidades le llevan a reflexionar sobre lo que fue su política de gasto público acelerado y de cero ahorro fiscal, en buena hora. Mucho mejor si es transparente con la situación fiscal del Estado, aplaca los enfrentamientos y pone fin al estado de propaganda. Si el Gobierno convoca con éxito a los sectores políticos y productivos, el peso del terremoto será más llevadero.
El Presidente sabe que no hay tiempo que perder. Sus recorridos por las zonas afectadas y sus abrazos de solidaridad a los damnificados durarán lo que tarde en llegar la desesperación si la ayuda local e internacional es insuficiente o se burocratiza.
El desastre del sábado plantea otros referentes en la agenda electoral del 2017. Los actores del oficialismo y la oposición que no lo asuman fracasarán, quizás no como candidatos, pero sí como hombres de Estado.