Es triste la salida de la izquierda del escenario político latinoamericano luego de su llamativa llegada, tan llena de esperanzas y deseos de nuevos mundos. La corrupción y la búsqueda de perennizarse en el poder le llevan a una salida por la puerta chica.
Pero, en realidad, la deuda mayor es otra y no se reduce a la falta de política para enfrentar la crisis, lo cual es ya de por sí complicado para una fuerza política que quiere ser un protagonista de gobierno constante, un poder posible. Esa deuda es de envergadura, pues antes de la crisis estuvo en juego construir una economía diferente y un ejercicio innovador de la política.
Ni lo uno ni lo otro hubo. Por más que se haga votos piadosos sobre que el sistema de participación creado servirá un día, ya sabemos que la izquierda deja una imagen no participativa en Ecuador y que lo creado en Venezuela o Bolivia ya es parte del pasado, pues ganó la concentración del poder personalizado como norma y el cinismo como escudo ante la ética convertida en enemiga de la pretensión de ser creadores de igualdad social.
Hubo, sí, recuperación del Estado, políticas distributivas dispendiosas y no sustentables, reformas fiscales en buena parte indispensables, mejoras en los servicios públicos. Pero cualquier gobierno es primero medido en la economía y aún más un gobierno alternativo.
Solo hubo puntuales elementos de un proyecto económico que fue cambiando y que ahora repite lo de antes. Las medidas de ajuste acabarán en una salida aún más negativa de esta izquierda que se pretendió radical y ahora es un “social-liberalismo”. Y lo social puede quedar en el discurso.
El milagro correísta se esfuma sin la bolsa de Papá Noel. Se recortarán políticas sociales creadas con un diseño para impresionar no tanto para sembrar en varias generaciones una real salida de la pobreza o consolidar un servicio indispensable.
El post-correísmo es así indispensable para todos. Incluso para AP, que debe aprender a proponer a partir de las posibilidades económicas y sociales del país. Sin embargo, ya es visible en las propuestas que otra vez se vuelve a una polarización entre visiones caducas.
Mientras los unos hablan de desarrollo poniendo al mercado y al aperturismo económico como la base para más equidad, los otros no juran sino por el Estado y el proteccionismo.
Desde hace tiempos, sin embargo, los estudios muestran que crecimiento económico y equidad son dos aspectos diferentes. Con mercado o sin él, puede haber crecimiento sin que se logre equidad. Pero tampoco es verdad que porque se distribuye riqueza se implanta la equidad si paralelamente la economía no crece y las instituciones no son inclusivas.
En uno y otro caso, la estabilidad y continuidad son necesarias, además un sistema institucional, que haga de la sociedad civil una aliada y del ejercicio del poder un proceso de inclusión a varios o a todos para el largo plazo.
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