La carta que Lenín Moreno envió a la cúpula de Alianza País, la semana pasada, confirma su interés por ser candidato presidencial.
El llamado -muy a su estilo- de abrir un espacio de balances y autocríticas o su insistencia en hablar del empleo, la productividad y el redimensionamiento del sector privado, así lo demuestran.
Qué decir de su urgencia porque el fiasco electoral del 2014, cuando Alianza País perdió las alcaldías más importantes, vuelva al debate preguntándose si en aquella ocasión se seleccionaron a los mejores candidatos.
Moreno se siente fortalecido porque lo han mostrado como el mejor candidato del oficialismo por su carisma y por lo que hizo en el Gobierno, cuando este nadaba en dinero.
Por eso la carta, sin hacer muchas olas sobre la gestión del presidente Rafael Correa, muestra la visión del tipo de movimiento político que necesita para sentirse cómodo en la próxima campaña.
El problema es que desde Ginebra, le resulta muy difícil incidir en todas las decisiones que está tomando el Gobierno por la llegada de la crisis, así como medir el impacto que estas tienen en amplios sectores, como esas capas medias que 10 años atrás estaban tan ilusionadas en la revolución ciudadana.
Al candidato Moreno le será complicado administrar el desgaste de Correa, pues hay grupos (los adultos mayores y las personas con discapacidad no son la excepción), que cuestionan -con o sin matices- que en lugar de ajustar su gasto público, el Régimen siga buscando más y más recursos.
Tampoco es descabellado intuir que con esa carta, donde se cuestiona el distanciamiento de Alianza País con grupos de mujeres, indígenas o ecologistas, Moreno anhele un frente electoral en el cual no solo esté la lista 35. Es decir, volver al mito fundacional del 2006, donde la izquierda y el centro, los Acosta y los Larrea, vuelvan a convivir y a darse otra oportunidad.
Ese blindaje le permitiría también contrarrestar a un Jorge Glas afanado en ganarse el guiño presidencial. Con un Moreno más ‘progre’, el electorado correísta puede dividirse…