Cuando en 1986 Fidel Castro dijo que en América Latina no hay que pelearse con la Iglesia Católica ni con la Embajada americana, sabía la hondura de los efectos perversos del embargo económico de EE.UU., que llevó a Cuba a depender de la ayuda de la Unión Soviética y que en todo caso le arrinconaba a subsistir aunque fuese en el umbral de una pobreza digna.
La opresión radical que implica este embargo fue durante medio siglo también una amenaza a los demás países del continente. (Como ocurrió cuando el exembajador Peter Romero dijo –disparatadamente- en entrevista de Radio Quito el día que caía Lucio Gutiérrez, que si Paco Moncayo asumía el poder Estados Unidos aplicaría al Ecuador un trato igual al embargo cubano).
La decisión de Obama de reabrir relaciones diplomáticas con Cuba y de flexibilizar en todo lo que esté a su alcance las restricciones económicas, tuvo en cuenta que Latinoamérica se unió para exigir que Cuba esté presente en las reuniones del continente y que Naciones Unidas votó abrumadoramente en repetidas veces por el fin del embargo.
La posición unida latinoamericana fue posible desde 1988, cuando Fidel Castro vino a la asunción del presidente Rodrigo Borja y luego fue invitado a las transmisiones del mando en los países americanos que salían de las dictaduras militares, lo que facilitó el diálogo directo y desde entonces presionó políticamente a EE.UU. para que se haya dado la decisión histórica de Obama, que debe desatar un proceso para que las condiciones de vida de la gente cubana mejoren al unísono, sin grandes desigualdades. Lo hecho por Obama es tan trascendente como la entrega del Canal a Panamá, que propició el presidente Carter.
Ha comenzado, entonces, la transición hacia la democracia, vinculada al fin del embargo económico que impide el comercio exterior y las inversiones extranjeras en Cuba. Para ello habría tres alternativas: una primera sería la caída violenta del Gobierno cubano y la sustitución del sistema comunista por el capitalista, alternativa descartada por los que no desean que Cuba vuelva a los tiempos de Batista y por el propio Obama.
La segunda sería seguir los pasos de Vietnam al acoger la dinámica de la sociedad de mercado para crear paulatina y progresivamente las condiciones de un progreso económico en un largo plazo, como lo ha hecho aquel país al haber construido un sistema “socialista de mercado” durante los últimos 30 años.
La tercera es la que se haría al andar mediante pasos programados para imprimir una política reformista con elementos de mercado y acrecentando el poder adquisitivo de la población cubana, sobre la base de sus éxitos en educación y salud, para caminar hacia el imperio de las libertades y de la justicia social, de la mano de líderes jóvenes y pragmáticos. Latinoamérica debe ponerse en la piel de los cubanos y ayudar eficazmente a que esto ocurra, para que no sea solo un apoyo de labios para afuera.